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Actualizado: 2 de junio de 2025
El silencio era profundo, no se oía el menor ruido, a excepción del zumbido de los millares de insectos que pululaban al sol, y el suave rumor musical del agua, que en ese paraje se desliza tranquila sobre su lecho rocalloso. Mi primer impulso cuando llegamos al Universo, en Lucca, fue subir al Monasterio y visitar a fray Antonio.
Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica.
A nuestro alrededor todo era soledad, silencio interrumpido solo por el zumbido de la abeja y el canto de los pájaros; profundos barrancos cubiertos de árboles que nunca hacha alguna ha tocado; alturas todavía de más difícil exploración, coronadas de árboles; arroyos y torrentes que forman precipicios y caídas de agua, dirigiéndose hacia el gran receptáculo del Océano.
Cuando Gallardo saltó de nuevo a la arena al sonar las trompetas y timbales que anunciaban la última suerte, la muchedumbre se agitó con zumbido de emoción. Este matador era el suyo. Iba a verse lo bueno.
No se oía nada; un zumbido colosal de colmena en momentos de mudanza, que le sacaba de quicio, poniéndole nervioso. ¡Pero que siendo tantas no haya una sola que calle! exclamó hecho un basilisco; y el señor Pulido, sin perder su pausa, con filosófica profundidad, replicó muy bajito: Las prefiero hablando, Pepe... Callar sería contra naturaleza.
Allí iba á parar una parte no pequeña de las ganancias de las minas. La limosna cuantiosa, y los legados testamentarios cubrían de conventos ó iglesias aquella parte del monte Artagán. El silencio monacal, que parecía extenderse por el paisaje, contrastaba con el zumbido de vida que exhalaba abajo la población, dominada á aquella hora por la fiebre de los negocios.
¿Y si el padre, si don Ramón levantase la cabeza? ¿Si viese cómo su hijo por un amor destruía de golpe lo que tantos años había costado levantar?... Pasaban un puente. Abajo, en el seco cauce, se destacaban las manchas rojas y azules de un grupo de soldados y sonaba el redoble de los tambores como el zumbido de una enorme colmena.
Sonó un zumbido de avión cerca de sus orejas y se puso en guardia; pero al ver que sólo era una máquina la que flotaba en el aire, sonrió satisfecho.
La barra se escapa de sus manos, vibra en el aire con zumbido temeroso, roza al caer la rama de nogal plantada por Matías y va á clavarse más lejos. «¡Viva! ¡Viva!» grita la muchedumbre frenética. El mozo de Langreo se muerde los labios de despecho, toma de nuevo la barra y la hace partir. No logra mejorar su tiro. Segunda vez pide al jurado permiso para probar fortuna y lo obtiene.
En los rostros había tanta alegría, que la muchedumbre toda era una sonrisa, y no hacía falta que unos a otros se preguntasen a dónde iban, porque un zumbido perenne decía sin cesar: ¡A las Cortes, a las Cortes! Las calesas partían a cada instante. Los pobres iban a pie, con sus meriendas a la espalda y la guitarra pendiente del hombro.
Palabra del Dia
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