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Actualizado: 10 de junio de 2025
Sin aliento yacía en tierra la víctima, recogiendo sus faldas y sacudiéndoles la tierra, tentándose en partes diversas para ver si tenía sangre, fractura o contusión grave, mientras la Sanguijuelera, respirando como un fuelle en plena actividad, arrojaba los vencedores pedazos de caña y alargaba su mano generosa a la víctima para ayudarla a levantarse.
Papá se había encontrado sin duda algo desconcertado al ver a Roberto, pues, seguramente, tenía todavía sobre sí el peso de la pérfida carta de la tía; había hecho un ademán de negativa al oírle formular su petición; pero, en el mismo instante, Marta se había presentado. ¡Cuán pronto había vuelto a encontrar sus fuerzas, la pobre enferma, que, pocos minutos antes, yacía agotada en el sofá; cuán pronto había olvidado las penas, los dolores que sufrió durante años!
Todos acudieron al pobre cura de F..., que yacía herido en el suelo. La lluvia de bofetadas que caía sobre las mejillas de Moreno cesó como por ensalmo. Hízose el silencio y vino el arrepentimiento. El ama lloraba y pedía perdón. El presbítero gordo también se recriminaba duramente como causante indirecto de aquella desgracia. El párroco dictaba disposiciones para curar la herida de su colega.
En resumidas cuentas, estaba triste, desengañado, ni más ni menos que su compañero Secades; él, sin ilusiones, de vuelta ya de la gloria, yacía en el mismo surco de resignación fría y amarga en que se había acostado Secades, camino de la celebridad. Todo era igual: no haber subido al templo de la Fama y estar de vuelta.
Entonces, al llegar junto a la cama, ví una cosa horrible; estirado, a través de la colcha, yacía la figura del Mandarín muerto, vestido de seda amarilla, con la coleta suelta, y entre las manos, como muerto también, tenía un papagayo de papel. Abrí desesperadamente la ventana. Todo desapareció y sólo hallé sobre mi lecho, un viejo paletó. Entonces comenzó mi vida de millonario.
El conde de Onís paseó una mirada de extravío por ellos, se dirigió al sitio donde yacía Josefina, alzola del suelo y, con ella en brazos, trató de abrirse paso. Amalia se le puso delante. ¿Adónde va usted? Y quiso arrancarle la niña.
Particularmente aquellos de uso más inmediato y personal para su confesor, como los peines, las plumas de escribir, la fosforera, etc., fueron objeto para ella de una atención viva, ansiosa: les daba vueltas entre sus dedos con emoción, mientras una sonrisa tierna y sumisa vagaba por sus labios. Un alzacuello usado yacía sobre una silla.
Los dos amantes se encontraban en la villa el día de la tragedia; y los gritos, del mismo Príncipe Zakunine, junto con la detonación del arma, hicieron acudir a los sirvientes despavoridos, a cuyos ojos apareció un tremendo espectáculo: la Condesa yacía exánime al pie de la cama, la sien derecha perforada por un proyectil, y un revólver cerca de su mano.
Tendido en el suelo, boca arriba, yacía un hombre muerto. ¡Muerto, sí! Claramente vi pintada la muerte en su rostro pálido. El fósforo me cayó de los dedos, y quedé otra vez en tinieblas. No le vi más que un momento; pero la visión fué tan intensa, que ni un pormenor se me escapó.
Como valor fingía, de mis ojos el llanto contener pude un instante; para no ver sus míseros despojos oculté entre mis manos mi semblante. Alcé luego la frente, mas no estaba su cadáver allí. ¡Vana porfía! ¡Ya su cuerpo en la tierra descansaba! ¡Ya en una tumba su beldad yacía!
Palabra del Dia
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