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Actualizado: 10 de junio de 2025
Por lo demás, según imaginaban los otros frailes, Fray Miguel vivía siempre retraído, encerrado en su celda y casi de continuo postrado en cama. Lo que es ahora, bien podemos asegurar también nosotros que Morsamor o Fray Miguel, de vuelta ya de sus excursiones, yacía en cama, en muy mísero estado.
¡Qué cena, señor Cornelio!; ¡chuletas deliciosas, como las del cerdo!; ¡cosa algo mejor que las palomas a que ibais a tirar! Avanzando por entre las lianas, llegó Cornelio hasta donde yacía el animal, que estaba completamente inmóvil.
Yo, que estaba en el 17.º de línea, de la división de Vandamme, yacía en tierra gravemente herido en la cabeza. De veras creí que había llegado mi última hora. Pues, como digo, al pasar él con todo su Estado Mayor y la infantería de la Guardia, las patas de su caballo me magullaron el brazo en tales términos, que todavía me duele.
Yacía sola y abandonada, a la puesta de sol, en medio de las caídas columnas de un templo en ruinas, en actitud graciosa aunque melancólica, mientras que su marido se alejaba rápidamente, con una mujer de rojo cabello, pavoneándose a su lado en un lujoso carruaje tirado por un magnífico tronco. Apoyada sobre la maleta que acababa de llenar, compuso el plan del lúgubre poema de su desgracia.
No lo enganchó con los pitones, pero el golpe fue horrible, demoledor, y testuz y cuernos, toda la defensa frontal de la fiera, abatió al hombre como una maza de hueso. El toro, que sólo veía al caballo, sintió entre sus patas un obstáculo, y despreciando el cadáver de la bestia, se revolvió para atacar de nuevo al brillante monigote que yacía inmóvil en la arena.
Un momento después estaba el campo de Navarro lleno de cadáveres, y al día siguiente un bizarro oficial, que hoy está al servicio de Chile, entregaba en el Cuartel general a Dorrego prisionero. Una hora más tarde, el cadáver de Dorrego yacía traspasado de balazos.
Sudando, solo en pensar la horrible faena para conducir el frío abajo, nos dirigimos á la habitación del paciente. Con más parches que redoblante de concejo; más hierbajos que anaquelería de herbolario: y más sobas que espalda de galeote, yacía, en el petate del dolor, mi bueno de cabezang Pedro, aquejado de un descomunal ataque de frío y calor.
Transcurridos tantos años, recuerdo aún, como se recuerdan las medrosas imágenes de un mal sueño, que mi madre yacía postrada con no sé qué padecimiento; recuerdo haber visto entrar en casa unas mujeres, cuyos nombres y condición no puedo decir; recuerdo oír lamentos de dolor, y sentirme yo mismo en los brazos de mi madre; recuerdo también, refiriéndolo a todo mi cuerpo, el contacto de unas manos muy frías, pero muy frías.
No tardó en presentarse Federico de Tarlein. Me dijo brevemente que el Rey deseaba verme, y juntos cruzamos el puente levadizo y entramos en la que había sido cámara del duque Miguel. El Rey yacía en el lecho, tendido por el médico que nosotros habíamos llevado a Tarlein y que se apresuró a decirme en voz baja que abreviase mi visita. El Rey me tendió la mano y estrechó la mía.
Sin embargo, semejante contingencia era aterradora, porque, si realmente era sabido que había descifrado el registro, entonces nuestros enemigos darían, ciertamente, todos los pasos necesarios en Italia para impedir que descubriéramos el secreto que yacía en ese punto de las orillas del tortuoso, agreste y desierto río Serchio.
Palabra del Dia
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