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Se acercó lenta y majestuosamente a él, le puso la mano en el hombro e inclinándose para acercar la boca a su oído le dijo en voz baja: Hace usted bien en no avergonzarse de nada de eso, porque yo, señor conde, le quiero a usted tanto por lo menos como usted a . Quiso volverse loco.

Un mes después de las escenas que acabamos de referir, Marisalada se hallaba con notable alivio y no demostraba el menor deseo de volverse con su padre. Stein estaba completamente restablecido. Su índole benévola, sus modestas inclinaciones, sus naturales simpatías le apegaban cada día más al pacífico círculo de gentes buenas, sencillas y generosas en que vivía.

Muy pronto irá, Rufino, quizás lo lleve yo mismo. ¿Qué, ya están por volverse, don Ricardo?... Viera qué calor en la ciudad... ¡y miren que esto es lindo!... Si es una gloria estar aquí.... El que no anda muy bien, es su papá, don Melchor. ¿Qué es lo que ha tenido?... En las cartas no me decían que estuviese enfermo de cuidado... Parece que lo atacó el hígado... y algo de los riñones también.

Nuestro joven se mostró inflexible; no quiso hablar; afectó tomar una parte muy activa en los juegos de prendas. Entonces la pobre niña dijo con voz débil: Tome V. Miguel no la oyó. Tome V. repitió un poco más alto. Al volverse vio que tenía en las manos un papelito blanco. Comprendió que era el rizo de pelo y lo tomó apretándole al mismo tiempo los dedos con ternura.

Ya es preciso retroceder, volverse á casa, entre irritado y mohino, no maldiciendo tan alto como el romántico, pero haciendo no muy piadosa plegaria para el caballo y el jinete. La vida no es ya tan bella, pero todavía es soportable; la filosofía se va encapotando como el tiempo, pero el sol no ha desaparecido aun.

Fortunata, después de mirarla con una emoción que doña Lupe no podría definir, volvió a apoyar la cara en la mejilla, y dando un gran suspiro, se acorazó dentro de aquel silencio lúgubre, que desesperaría a la misma paciencia. «¡Esto es para volverse loca!... expresó doña Lupe con un gesto iracundo . ¿Creerás , creerá usted que conmigo valen marrullerías? Sepa usted que...».

Tengan calma, porque si no me veré en el caso de llamar a una pareja. ¡El talonario, el talonario! chillaba Jacinta, dando también palmadas. Paciencia, paciencia. No tengo aquí el talonario. Está abajo, en el escritorio. Luego... ¡Bah!... ¡se está burlando de nosotras!... No, no dijo Guillermina con ardor , ya no puede volverse atrás. Yo no me voy ya sin la firma.

¿Cómo había yo de reconocer a Sarrió, si se ha comprado otro sombrero? Este sombrero es perfectamente semiesférico. Pero Sarrió está disgustado con este sombrero. Creo que acabará por retirarlo y volverse a poner el otro; ésta es mi impresión. Esta tarde hemos estado paseando por la Castellana; al anocher, para descansar un poco, hemos entrado en la Mallorquina.

¡Ahí vienen, vienen todos!... ¡Me buscan, me buscan!... ¡Han lanzado contra un millón de víboras! ¡Todos las ponen en el suelo! ¡Y yo no tengo más cartuchos!... ¡Me han visto!... Uno me apunta... El hombre pisó algo blanduzco, y en seguida sintió la mordedura en el pie. Saltó adelante, y al volverse con un juramento, vió una yararacusú que arrollada sobre misma esperaba otro ataque.

Iba a llamar al Nacional para darle orden de que se llevase la bestia, cuando oyó a sus espaldas una voz conocida, una voz que no adivinó de quién era, pero que le hizo volverse rápidamente. Güenas tardes, señó Juan... ¡Vamo a aplaudí la verdá!