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Actualizado: 5 de octubre de 2025


Así, por ejemplo, yo daría cualquier cosa por estar dotado del inapreciable don de condensar en el espacio de ocho ó diez cuartillas todas mis impresiones, las buenas lo mismo que las malas, y referir las mil y una peripecias que me han ocurrido, desde el último abrazo que me dió Hernández Guzmán en el andén de Villanueva, hasta el último timbrazo inútil que acabo de dar para que me traigan una pluma algo más digna de su nombre que este horrible mocho de escoba que me facilitaron en la carpeta del hotel en que me hospedo.

Yo retornaba a Villanueva, o bien, más adelante, cuando las noches eran lluviosas y más oscuras y los caminos menos transitables, me retenían en Trembles. Tenía mi alojamiento en el segundo piso en un ángulo del edificio tocando a una de las torrecillas. Otro tiempo, durante su juventud, había ocupado Domingo aquella misma habitación.

Antes de decidirse a pasar el río, nuestro General mandó una pequeña fuerza en reconocimiento de la situación de las tropas de Coupigny. Algunos jinetes de Farnesio tomaron parte en esta expedición, y Marijuán, que fué en ella, nos contó a su regreso, en la tarde del 15, que habían encontrado la división del Marqués hacia Villanueva de la Reina, donde le entregaron los pliegos de Reding.

Alfonso V dio algunas disposiciones sobre la integridad de los antiguos fueros de Teruel, disposiciones que, así como algunos odios personales, suscitaron la oposición vigorosa de Francisco Villanueva, juez que era de la ciudad de Teruel en aquel año: no quiso doblegarse al mandato del Rey, y pagó con la vida su entereza pues murió ahogado en las antiguas casas consistoriales y arrojado su cuerpo desde el balconaje a la plaza del Mercado.

Solamente a la parte opuesta de Villanueva y en un repliegue del llano había algunos árboles más numerosos formando a la manera de pequeño parque en derredor de una vivienda de cierta apariencia. Era una construcción de estilo flamenco, alta, estrecha, salpicada de raras ventanas irregulares y flanqueada de torrecillas con aguda techumbre de pizarras.

Los carruajes siguieron por la carretera, atravesaron Villanueva como otra vez hiciera yo. Alternativamente mis ojos recorrían la campiña que desaparecía detrás de nosotros y el hermoso rostro de Magdalena sentada enfrente de . Habían concluido los días felices; acabada aquella corta temporada pastoral, volví a caer en profundas preocupaciones.

En efecto: Villanueva, furioso porque <i>El Conciso</i> se reía de sus proyectos de ley, lo denunciaba al Congreso Nacional, y luego nos regalaba la contestación. Era esta una de las anomalías y rarezas de aquella nuestra primera Asamblea, bastante inocente para detenerse en disputar con los periódicos, dictando luego severas penas que contradecían la libertad de la imprenta.

Salimos cuando los vendimiadores iban a cenar. Era ya tarde y sólo nos restaba regresar a Villanueva.

Un año justo hacía que había ido por vez primera a Villanueva cuando volví a él atraído por una carta del doctor, en la cual me decía: «En la vecindad se habla de usted y el otoño es soberbio; venga ustedLlegué sin hacerme esperar, y cuando una noche de vendimia, después de un día tibio, de espléndido sol, en medio de iguales ruidos que antaño, traspuse, sin anunciarme, los umbrales de Trembles, vi que la unión de que he hablado estaba formada y que la ingeniosa ausencia la había operado sin nosotros y para nosotros.

Añadese que el Rey, arrepentido o satisfecho de sus amores regaló a las monjas de San Plácido un reloj que tocaba a muerto cada cuarto de hora, y que el mismo soberano o el protonotario Villanueva encargaron a Velázquez el Crucifijo que las monjas pusieron en la sacristía.

Palabra del Dia

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