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Actualizado: 30 de junio de 2025


La viuda no tuvo en la conversación un reproche, ni siquiera mudo; hubiera sido tardío; únicamente se trataba de asegurar el porvenir de la casa salvando el nombre de los Villanera. Cuando todos los pormenores quedaron convenidos, la condesa subió a su carroza y se hizo conducir al palacio Sanglié. Los lacayos del barón la condujeron hasta el departamento de la duquesa.

¿Así va usted a casarse con el conde de Villanera? ¡Claro! ¿Y yo? ¿Usted, buen hombre? Vaya a consolar a su mujer; por ahí debería haber empezado. ¿Y qué voy a decirle? Dígale lo que quiera. Adiós; tengo que hacer mis baúles. ¿Tiene usted necesidad de dinero? El duque hizo un gesto de disgusto que advirtió la señora Chermidy. ¿Es que le repugna nuestro dinero? ¡A su gusto! no le daremos más.

El día que lo vuelva usted a ver será bien dichosa. Se lo ve crecer y hasta creo ¡Dios me perdone! que está embellecido. Será menos Villanera de lo que me figuraba al principio. La verdad es que parecería cosa del diablo si no tuviese algo de su madre. Es menos huraño; se deja besar y besa; alarga los labios hacia todas las caras con una impetuosidad que sería inquietante en una niña.

El señor de Villanera conocía a lo mejor de París y al viejo duque no le molestaba resucitar públicamente como millonario. Las tres cuartas partes de los invitados fueron exactos a la cita; a pesar de la discreción de los invitados, el público adivinaba cierta anormalidad. En todo caso, no deja de ser algo raro y curioso la boda de una moribunda.

»Usted me había recomendado que le describiese nuestra casa para que su pensamiento supiese dónde encontrarme cuando quisiera hacerme una visita. El señor de Villanera, que dibuja bastante bien para ser un gran señor, le enviará el plano del castillo y del jardín. Me he atrevido a pedirle esta gracia; era preciso que fuese cosa de usted para ello.

En aquel momento entró la señora de Villanera con el conde y el señor Le Bris. Querida condesa dijo Germana , ¿es absolutamente necesario que me enviéis a Italia? Para lo que he de hacer, mejor estoy aquí, y además no quisiera que mi madre dejase París. ¡Pues que se quede! respondió la condesa con su vivacidad española . No tenemos necesidad de ella y yo la cuidaré a usted mejor que nadie.

Si hubiese sucumbido, como el doctor casi esperaba, podía usted haber tenido un consuelo. Lo más triste cuando muere un ser querido lejos de nosotros debe ser el pensar que le habrán faltado los cuidados que nosotros le hubiéramos prodigado. A , en cambio, nada me falta y todos son muy buenos para , incluso el señor de Villanera.

La señora de Villanera servía, sin saberlo, este secreto deseo de Germana, reteniendo a su lado a la señora de Vitré, con la que cada día se sentía más identificada. Don Diego no había llegado aún a ese punto en que un amante soporta impacientemente la compañía de los extraños; su cariño por Germana era aún desinteresado.

Don Diego la miraba con complacencia cuando estrechaba entre sus brazos a aquel pequeño gnomo bronceado. Y se regocijaba al observar que la mueca hereditaria de los Villanera no daba miedo a su mujer. Todas las noches, a las nueve, los señores y los criados se reunían en el salón para rezar en común. La vieja condesa se mostraba muy apegada a esta costumbre religiosa y aristocrática.

Repetía a la pobre madre que Germana vivía, que la enfermedad parecía haberse detenido y que aquella dichosa suspensión de una marcha fatal daba derecho a esperar un milagro. No se alababa de curarla y decía a la señora Chermidy que sólo Dios podía aplazar indefinidamente la viudez de don Diego. La ciencia era impotente para salvar a la joven condesa de Villanera.

Palabra del Dia

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