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Actualizado: 30 de septiembre de 2025
La condesa de la Villanera le levantó como una pluma y lo arrojó suavemente sobre los almohadones. Hija mía le dijo con emoción mal contenida , te presento al marqués de los Montes de Hierro. Germana cogió al niño por la cabeza y le besó dos o tres veces. El pequeño Gómez recibió aquellas caricias con agrado y aun creo que le devolvió un beso.
Yo he tenido ciento veinte mil, señor, sin haber hecho nunca nada, ni bueno ni malo. ¡Y no me apartaré de las tradiciones de mis antepasados para obtener menos de la mitad! Me permito llamarle la atención, señor duque, sobre el hecho de que la familia Villanera es digna de tal alianza. El mundo no encontraría nada que decir. ¡No faltaría más sino que se me ofreciese un yerno plebeyo!
Era la señora Chermidy que había querido ver con sus propios ojos si la novia aun estaba viva. Después de la ceremonia, una silla de postas con cuatro caballos llevó a los viajeros hasta la barrera de Fontainebleau, pero desde allí retrocedió al bulevar exterior y regresó al palacio Villanera. Era necesario tomar al pequeño Gómez y dar a Germana algunas horas de reposo.
Iba la señora Chermidy a seguir el consejo de su prima, cuando el comisionista del hotel llegó con gran alboroto a comunicarle que los señores de Villanera habían desembarcado en la isla en el mes de abril, con su médico y toda la servidumbre; que los habían llevado a la villa Dandolo, y que debía haber muerto hacía ya tiempo si es que no se encontraba mejor a estas horas.
Dígale al señor de Villanera que soy su servidor. A mi hija podré enterrarla tal vez, pero no venderla. Señor duque, realmente lo que propongo a usted es un negocio, pero si yo lo creyese indigno de un caballero, no hubiera intervenido en él, puede creerme. ¡Pardiez! doctor, cada uno entiende el honor a su manera.
Que me conceda un poco de amistad, será todo lo que yo merezca. Que me sufra en su casa como a un padre y yo encontraré en un rincón de mi corazón sentimientos paternales. Ella es desgraciada, llora el abandono de Villanera; yo la consolaré. La esperanza de volver a verla le producía fiebre.
Por lo demás, al ver las miradas que le lanzaba a intervalos, era fácil adivinar que la fortuna de los Villanera podía cambiar de manos en el espacio de ocho días. Un perro echado a los pies de su dueño no era más humilde ni más respetuoso que él.
¡Muy bonito! exclamó la señora de Villanera . Si él sube al coche, yo misma desengancharé a los caballos. Don Diego, usted no me consultó para tomar una amante; no me escuchó usted cuando le dije que había caído en manos de una bribona; puesto que usted me consulta hoy, tendrá que escucharme hasta el fin. Soy yo quien le he casado.
Este es mi testamento y aquí está el acta de mis últimas voluntades. El paquete no está cerrado, puede usted leerlo. ¡Efectivamente! Y leyó: «Este es mi testamento y el acta de mis últimas voluntades. »En la víspera de dejar voluntariamente una vida que el abandono del señor conde de Villanera me ha hecho odiosa...» ¡Desgraciada! dijo el doctor interrumpiendo la lectura. Es la verdad pura.
A nadie extrañó que la elección del conde de Villanera, que le había aceptado por suegro, recayese en un hombre tan digno de su nombre y de su fortuna. El barón le había prometido placeres más vivos, y no faltó a su palabra. No le encerró en el faubourg como en una fortaleza y le hizo ver un mundo menos empingorotado.
Palabra del Dia
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