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Temía que Aurelia no viese tan clara como él la semejanza y le arrancase parte de su ilusión. Dos o tres veces a la semana, Clementina solía salir a pie por la tarde, como el día en que por vez primera la vimos. Raimundo, desde el mirador de su gabinete de la calle de Serrano, convertido en observatorio, espiaba su llegada.

Y ansí, salió este señor en la manera ya dicha; y como llegasen á do Vicaquirao venia y llegasen á él, hizo su acatamiento, y lo mismo á él Vicaquirao; y como le viese ansí venir llorando, preguntóle que qué pasion habia habido, aunque él bien sospechaba lo que era, porque él le habia muerto por sus manos un hermano suyo en la emboscada.

Como su profesor le observase que se reía poco de los chistes y viese en sus ojos, tristes y grandes, algo como una eterna pregunta, teníale por imbécil y un día quiso ponerle en evidencia preguntándole la leccion.

Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo, y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.

Nuestro mal lo debemos á nosotros mismos, no echemos la culpa á nadie. Si España nos viese menos complacientes con la tiranía, y más dispuestos á luchar y sufrir por nuestros derechos, España sería la primera en darnos la libertad, porque cuando el fruto de la concepcion llega á su madurez ¡desgraciada la madre que lo quiera ahogar!

Esta que hasta los cielos se encarama Preñada, sin saber como, del viento, Es hija del deseo y de la fama. Esta fue la ocasion y el instrumento En todo y parte de que el mundo viese No siete marabillas, sino ciento. Corto numero es ciento: aunque dixese Cien mil y mas millones, no imagines, Que en la cuenta del numero excediese.

Acercábanse las operarias como abochornadas, y alzaban de prisa sus ropas, empeñándose en que se viese que no había gatuperio ni contrabando.... Y las manos de las maestras palpaban y recorrían con inusitada severidad la cintura, el sobaco, el seno, y sus dedos rígidos, endurecidos por la sospecha, penetraban en las faltriqueras, separaban los pliegues de las sayas.... Mientras los bandos de mujeres iban saliendo con la cabeza caída humilladas todas por el ajeno delito , el reloj antiguo de pesas, de tosca madera, pintado de color de ocre con churriguerescos adornos dorados, que dominaba el zaguán grave y austero como un juez, dio las seis.

Llevábase un dedo a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar. Una vez, el herido agarró al paso una de sus manos y se la llevó a la boca, acariciándola con un beso prolongado. Margalida no osó retirarla. Únicamente volvió la cabeza para que no viese sus ojos llenos de lágrimas.

Doña Manolita, al dar la broma, miraría al Padre, a ver si se inmutaba o si permanecía impasible, en apariencia al menos. Como lo pensó, lo hizo. Doña Manolita dijo a doña Luz que D. Jaime iba a prendarse de ella, apenas la viese; que D. Jaime no podía sospechar que, en un lugar tan arrinconado como Villafría, estuviese oculto tanto tesoro; y que, a su ver, era evidente el amor futuro de D. Jaime.

Manolito quedaba algunos momentos turbado, como si hallándose navegando por los mares del Polo viese de improviso llegar hacia él una enorme montaña de hielo, pero no tardaba en reponerse, exclamando para sus adentros: «¡Qué disimulada es esta chica!» Y aunque los balcones se cerrasen inmediatamente con chirrido desdeñoso y permaneciesen tapiados todo el día, Manolito no dejaba de pasear arriba y pasear abajo, atrincherado siempre en su convicción de que por los intersticios de las cortinas unos ojos extáticos y húmedos de amor le clavaban mil saetas apasionadas.