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Realizose el viaje que anunciaba Paz, no sin que antes la viese Pepe, disipando en la primera conversación con amantes palabras el débil enojo que en ella produjo su reserva; y luego de partida con don Luis, como se prolongara la excursión bastantes días, cruzaron los novios varias cartas, una de las cuales decía así: «Adorada Paz: El cariño que me demuestras es, por la sinceridad que lo avalora, mi única alegría.

En ser visto donde Sol del Valle había de verlo, ponía Pedro Real el mayor cuidado; en que no se la viera sin que se le viese a él; si al teatro, bajo el palco a que fue Sol, que fue el de la directora, y no más que dos veces, estaba la luneta de Pedro; si en Semana Santa, por donde Sol iba con Lucía y Adela, Pedro, sin piedad por Adela, aparecía. Decirle, nada le había dicho. Ni escribirle.

Notando que la examinaban, no acababa de marcharse. Daba vueltas en redondo para que se la viese bien por todas partes, adoptaba posiciones caprichosas, afectadas, dirigía preguntas impertinentes a su hermana, reía sin motivo, la cubría de besos y la sobaba sin consideración. Déjame, Ventura. ¡Qué retozona estás hoy! exclamaba aquélla con su franca sonrisa bondadosa, procurando desasirse.

Pasada la primera impresión de las noticias, lo que dominó en el espíritu de la joven fue la vergüenza de que Joaquín, tan admirador de ella, la viese mal vestida. Había estado dos horas arreglándose para disimular su mala facha.

Dejó la plancha y se sentó en un miserable sofá de paja. Un ratito no muy largo estuvo llorando, y después dijo así: «No quería que nadie me viese en este estado. Como pienso salir de él y hallarme en mejor posición, porque todavía... A ver, ¿qué tal me encuentras? Muy mal, muy mal. ¿He perdido mucho? ¿No me respondes? He estado muy mala, ¡qué puño!...». Miquis no dijo nada.

La escasez de dinero que lo amenazaba, lo hizo pensar en la desagradable vida que pasaría si, en el curso de su existencia, se viese obligado a imaginar sin cesar combinaciones financieras, a fin de vivir decentemente. ¡Gran Dios! qué dificultades tendría, si no se casaba con una mujer rica.

El fisiólogo lo contempló con expresión de sorpresa, como si por primera vez le viese en aquel momento. Volvió a brillar en sus ojos opacos la luz de la razón.

El señor de Miranda tendrá mi billete dijo dirigiéndose al empleado, como si éste hubiese de conocer forzosamente a Miranda. El empleado, desorientado, se volvió hacia el viajero, tendida la diestra. No me llamo Miranda murmuró éste. Y como viese al empleado furioso, dispuesto a interpelar a Lucía con grosero ademán, añadió: ¿Venía alguien con usted, señora?

El príncipe las leyó sin curiosidad. «Nada; lo de siempre. Sigue la monótona guerra de trincheras. El terreno ganado ó perdido á metros. Esto no acabará nunca...» Se deslizó entre los grupos que paseaban durante los entreactos, evitando que le viese el coronel. ¡Pobre Toledo! Iba gravemente orgulloso al lado de aquella protegida que podía ser su nieta.

Las cartas cariñosas que enviaba á Canzana no podían infundir semejante recelo. Poco á poco y haciendo justicia al carácter de Demetria se puso á imaginar que si ésta le viese no apartaría de él los ojos, antes le saludaría afectuosamente, si no como amante, al menos como un buen amigo suyo y de sus padres adoptivos.