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Actualizado: 7 de noviembre de 2025


En el extremo de la isla, en las rompientes, las olas simulan que disparan cañonazos. A veces, un dedo invisible toca en los vidrios: algún ave nocturna atraída por la luz, y que se estrella la cabeza contra el cristal.

A entrambos lados de ella hasta media docena de sillas, no más nuevas ni más limpias, que servían para la decoración de «sala probremente amueblada». El teatro hervía ya de gente. El escenario permanecía aún desierto. Estaban casi en tinieblas. Sólo por un tragaluz de vidrios empolvados abierto allá en el fondo de la escena, despojada del telón de foro, penetraba escasísima claridad.

No llegarás a imaginar la tranquila esperanza de que estoy poseído desde que he atravesado el umbral del viejo castillo paterno, y he contemplado, a través de los vidrios de mi habitación nativa estos bosques, estos campos magníficos, estos bellos espacios de verdura, tan familiares y tan caros a mi infancia.

A veces su silueta se desvanecía entre los árboles, y entonces de pie, aterrado, hasta que su sombra salía de las tinieblas... Hacía algunos minutos que lo perdiera de vista; de pronto un relámpago siniestro iluminó los vidrios del taller, y el ruido de una detonación rasgó el silencio de la noche. La triste esposa extendió los brazos, dio un grito y cayó desplomada.

Permaneció inmóvil, con los ojos entornados, mientras las sombras del crepúsculo, surgiendo de los rincones, venían á confundir sus lobregueces en el centro de la habitación. Sólo una débil claridad exterior daba cierta fluorescencia azul á los vidrios, destacándose sobre ellos la silueta inmóvil de Elena.

Cuando la mestiza se marchó, aún se mantuvo Elena junto á la ventana viendo á los transeúntes, cada vez más numerosos, según avanzaba el ocaso. Se apartó de los vidrios al pasar algunos grupos de trabajadores á caballo ú ocupando carruajes alquilados en Fuerte Sarmiento. Volvían indudablemente del entierro del contratista. Todos, antes de alejarse, miraban de reojo la casa.

El capellán murmuró como si rezase: Señorita.... Por Dios.... No se revuelva la cabeza.... Déjese de eso.... La señora de Moscoso cerró los ojos y apoyó la faz en los vidrios de la ventana. Procuraba contenerse: la energía y serenidad de su carácter querían salir a flote en tan deshecha tempestad.

Después, volviéndose a Isidora, que, horrorizada del bestial lenguaje de su amigo, miraba a la calle al través de los vidrios, le dijo: «Es cosa que aterra el pensar todo el sudor del pueblo, todos los afanes, todas las vigilias, todos los dolores, hambres y privaciones que representa este lujo superfluo.

Los peldaños eran tan altos que Ramiro tenía que ayudarse con las manos. Sólo, de tarde en tarde, la angostura de una aspillera dejaba penetrar un rayo de sol colorido por los vidrios y perfumado de incienso.

Por unas lumbreras de vidrios multicolores y cubiertas de telarañas, que, abiertas muy junto al cielo raso, parecían nidos luminosos, entraba a la sala un débil resplandor, apenas suficiente para permitir que se distinguieran en la obscuridad los grandes armarios que se alineaban a lo largo de las paredes.

Palabra del Dia

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