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Actualizado: 5 de mayo de 2025


De buena gana Apolonio hubiera dado unos cuantos azotes a la vieja vestal, que así venía a turbarle y ponerle ante mismo en ridículo, obligándole a descomponer la majestad de la figura; corriendo azariento a entornar la puerta, porque los transeuntes no se percatasen del lance; trayendo un vaso de agua a través de las frívolas oficialas, que sonreían al verle en guisa de camarero: salpicando el rostro de la desmayada e intentando desabrocharle el corsé.

Tristán se había ido después de almorzar al café según costumbre. Clara en el comedor jugaba con su niño y éste con el perro. El niño había envejecido terriblemente desde la última vez que tuvimos el gusto de verle, que fue, si la memoria no nos es infiel, en el día feliz de su nacimiento. Podría tener ya unos diez y seis meses, mal contados. El perro era mucho más provecto.

El general cogió a su nieto, alzándolo hasta , le dio no un beso sino un abrazo, como si fuese un hombre, y salió del cuarto juntamente enternecido y pesaroso. ¿Qué tiene usted? le preguntó su hijo al verle entrar en el despacho con los ojos llorosos. Tengo... tengo que me has salido liberal y, a pesar de los pesares... tu chico me ha salido socialista.

Estaban entreteniéndose en el Borne para ir a casa de don Jaime cuando éste se hubiese levantado. Ya sabía él que los señores se acuestan tarde. ¡Qué felicidad verle!... ¡Aquí los atlots, y que mirasen bien al señor! Era don Jaime: era el amo. Diez años que no le había visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre mil personas.

Aquella tarde bajó al parque, a la hora en que don Álvaro se había despedido el día anterior. «Veinticuatro horas hacía ya». Otras veces había estado días y días sin verle, y le parecía muy tolerable la ausencia y corta.

Daba pena verle, cuando le daba el ataque, todo encendido, agarrotado y sin aliento, como si estuviese a punto de perder la vida en aquel mismo instante... Pero su mamá carecía de recursos para el viaje, de lo que recibía grandísima pena.

Luego, cesando de sonreír, añadió: ; tal vez le quiera a usted y no se cuenta de lo que desea. ¡Esto del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra usted... ¡Ay! ¡el corazón quisiera yo verle!

Pero eso pasará. Son buena gente. Lo único que le entristecía era ver que Mariano se recataba de él. Huía su trato como si le tuviese miedo. Parecía temer que Gabriel leyera en su pensamiento, con la superioridad irresistible que desde mozo había tenido sobre él. Mariano, ¿qué hay? decía al verle pasar por el claustro. Mucho y mal repartido contestaba el huraño camarada.

No he visto a nadie, a excepción de un clérigo que encontré hace un momento por el camino de Earl's Court; por lo menos, si no era clérigo, vi que llevaba un sombrero de anchas alas parecido a los que éstos usan. Pero no pude verle la cara.

Tampoco se podía ver el del cocinero mayor, que estaba de pie en la parte interior del locutorio. El reflejo de la luz atravesando la reja, era muy débil. Esto convenía á Montiño, porque si la abadesa hubiera podido verle el semblante, hubiera sospechado del cocinero mayor, que estaba pálido, desencajado, trémulo. Dadme esa carta repitió la abadesa.

Palabra del Dia

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