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Actualizado: 5 de julio de 2025
Miré detrás de mí instintivamente. Una sombra negra, una especie de larva, quedaba tendida sobre el pavimento. Se retorcía con dolorosas contracciones, lo mismo que un reptil partido en dos. Salían gemidos é insultos de este paquete humano que intentaba elevarse sobre sus brazos, arrastrando las piernas rotas. ¡Brutos!... ¡Me han matado! Pero instantáneamente dejé de verle.
Mientras duró en la villa la impresión del suceso, se le tributaron aquellas muestras de admiración a que era sin disputa acreedor. Sus mismos enemigos al verle pasar, le miraban con respeto, ya que no con simpatía.
Se valía de este idioma por haber sido el de la familia durante su niñez y al mismo tiempo por precaución, pues miró en torno repetidas veces, como si temiese ser oído. Venía á despedirse de Julio. Su madre le había hablado de su llegada, y no quería marcharse sin verle. Iba á salir de París dentro de unas horas; las circunstancias eran apremiantes.
Tenía puerta para la escalera de la Cava, y usando esta puerta Plácido se ahorraba treinta escalones. El domicilio del hablador era un misterio para todo el mundo, pues nadie había ido nunca a verle, por la sencilla razón de que D. Plácido no estaba en su casa sino cuando dormía. Jamás había tenido enfermedad que le impidiera salir durante el día. Era el hombre más sano del mundo.
¡Señor Delaberge! murmuró con mayor sorpresa que alegría. Después añadió, mordiéndose los labios y sin levantar los ojos: No pensábamos verle a usted de nuevo en Val-Clavin. ¿El señor Delaberge? preguntaba de nuevo el Príncipe.
Don Adrián y su hijo, respondió Nieves con la mayor tranquilidad. Bermúdez se quedó lo que se llama cortado; amagó una respuesta evasiva, y lo puso peor. Su hija no pudo menos de sonreírse al verle tan apurado, y le dijo muy templada: Mejor pago merecían de ti: créeme. Esto ocurría al irse cada cual a su agujero después de la sobremesa.
¡Abur, amigo! gritó al verle caer y redoblando sus esfuerzos, llegó al reducto entre los primeros que lo asaltaron. El carlista estaba tendido encima de un montón de alforjas. Sin duda se arrastró hasta allí para morir.
Doña Manuela y Leocadia se asomaron al balcón, y la última, al verle pasar bajo un farol y desaparecer por el arco hacia la Plaza Mayor, tuvo una frase, que era la abreviatura de la situación por que atravesaba la familia. ¡Qué raro se me hace esto! ¡Parece mentira que sea de casa!
Lo diré francamente; nada: ó repite el principio de Descartes, ó se entretiene en un juego de palabras. Lástima da el verle forcejar con tal ahinco y con tan poco resultado.
-Así me lo parece a mí -respondió Vivaldo-; y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo.
Palabra del Dia
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