Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 18 de julio de 2025
Estaban hablando, cuando pasó un pintor de panderetas, también vecino, y ambos le convidaron a unas copas. «Váyanse al rábano, ordinariotes...» pensó Ido, y les dio las gracias, separándose al punto de ellos. Andando más vio un ventorro en la acera derecha de la Ronda... «¡Comer de fonda!». Esta idea se le clavó en el cerebro.
¡Repóblica puerca, repóblica cochina! rebuznó Platón, dando en la mesa un porrazo tan recio, que todo el ventorro tembló. Porque todo se puede conllevar dijo Ido bajando la voz lúgubremente , menos la infidelidad conyugal.
La muchacha habló débilmente de la necesidad de volver a casa en seguida, pero Isidro protestó. Su padre no iba a inquietarse por tan poca cosa; la creería, como otras veces, en casa de su compañera de Bellasvistas. Tal vez a aquellas horas estaría ya en el «Ventorro de las Latas», preparando su marcha a El Pardo. Unos faroles de papel iluminaban el merendero con difuso resplandor.
Y mientras el cochero corría a un ventorro inmediato, Luis intentó tranquilizar a su mujer. Vamos, Ernestina, serenidad. No es para tanto. Esto es ridículo. Pareces una niña. Pero ella aún gemía cuando llegó el cochero con una botella llena de agua. En la precipitación había olvidado el vaso. No importa, bebe. Ernestina cogió la botella y se levantó el velillo. Ahora la veía bien su marido.
A los pocos días de la partida de estos amigos, abandonó su retiro de Cádiz para ir a Jerez. Le llamaba un moribundo, un camarada de los buenos tiempos. El señor Matacardillos, el dueño del ventorro del Grajo, se moría definitivamente.
Deseaba ver al señor Antonio Matacardillos, el dueño del ventorro del Grajo, situado en la carretera, cerca del cortijo; un bravo que de joven le había seguido en todas sus aventuras revolucionarias. Estaba enfermo del corazón, con las piernas hinchadas, casi imposibilitado de moverse, no pudiendo llegar a la puerta de su choza más que entre ayes y tropezones.
Por las noches, Barriobero traducía para Jorro o para Calleja; despachaba un volumen «católicamente» mutilado en un par de sesiones, y con las pesetas que esta labor de negro le producía, nos íbamos a comer arroz, condimentado por sus manos largas, frías y pulidas de cardenal galante, a un ventorro de los Cuatro Caminos.
Prosiguieron en silencio su camino, y poco antes de llegar a G..., se detuvieron en un ventorro a refrescarse. Había allí un hombre de baja estatura y recias espaldas que paladeaba un vaso de vino para marcharse también. Este hombre trabó inmediatamente conversación con ellos, lo que no es raro en España. El ingenioso Sánchez aprovechó la ocasión para pedirle datos acerca del reo que iba a ver.
Pero ¡ay! que no me la quita nadie: que es ella la que se va... He pasao los días vigilando de lejos la torre de Marchamalo. ¡Las copas que llevo bebías en el ventorro de la carretera y que se me golvían veneno al ver bajar o subir a alguien la cuesta de la viña!... He pasao las noches tendido entre las cepas, con la escopeta al lado, dispuesto a meterle un puñao de postas en el vientre al primero que se acercase a la reja... Pero no he visto más que a los mastines.
¡Jozé María! gimió la vieja. ¡Que se muere!... ¡Que se me quea entre las manos! ¡Hijo mío! Y Alcaparrón, en vez de acudir al llamamiento de su madre, salió corriendo como un loco. Había visto pasar a un hombre, una hora antes, por el camino de Jerez con dirección al ventorro del Grajo. Era él, el ser extraordinario del que todos los pobres hablaban con respeto.
Palabra del Dia
Otros Mirando