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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Tus rosas, poeta, perfuman la vida, la hacen bella y fuerte, ¡toda juventud! y , cruel asceta, nos muestras la vida velando a la muerte junto a un ataud. , poeta, sueñas vagas sensaciones, que pasan risueñas como tus canciones con las que te adueñas de los corazones.

No me extraña, porque a los veintitrés años hay que dormir mucho más que a los sesenta. Vete a descansar, Amaury; ya quedaré yo velando. »Sus palabras no eran de acritud ni burla; antes al contrario, las dijo con acento de compasión paternal por mi poca fortaleza. Pero al oírle sentí, sin saber por qué, una sorda irritación semejante a un sentimiento de celos o de envidia.

¡, , mamá! exclamó la joven, entusiasmada al ver que se iba decididamente a la guerra ; vamos a trabajar muchísimo; pasaremos la noche velando, si es preciso. El señor Lorquin quedará satisfecho. ¡Pues bien! ¡En marcha! Usted comerá con nosotros, doctor. El carro partió al trote.

Lo habían hecho para las gentes como ellos: era un lugar de delicias, comparado con esta habitación desmantelada, en cuyos rincones creía ver encogidos los espectros del hambre y el dolor... En él habían muerto sus padres. Pasó aquella noche sin acostarse, velando a Feli, que había recobrado sus facultades, pero apenas podía hablar.

Habló a Luis con cierta timidez, velando su pensamiento, pesando bien las palabras para que sólo pudieran entenderlas ellos dos, dejando al matón en la ignorancia. Si él le buscaba, ya podía figurarse para qué era... Lo sabía todo. El recuerdo de lo ocurrido en la última noche de la vendimia en Marchamalo no habría desaparecido seguramente de su memoria.

Y cuando en noche obscura se envuelva el cementerio y sólo, sólo muertos queden velando allí, no turbes su reposo, no turbes el misterio: tal vez acordes oigas de cítara o salterio: soy yo, querida patria; yo que te canto a .

Cuando yo desaparezca, prométeme que mirarás en el espejo, todos los días, al despertar y al acostarte. En él me verás y conocerás que estoy siempre velando por ti. Dichas estas palabras, le mostró el sitio donde estaba oculto el espejo. La niña prometió con lágrimas lo que su madre pedía, y ésta, tranquila y resignada, expiró a poco.

Quedaban dos pajes cerca de la bitácora velando la ampolleta, un reloj de arena que molía dejaba pasar su contenido en media hora. Así medían el tiempo en la obscuridad de la noche. Y siguiendo una tradición, decían los pajes al entrar de guardia: Bendita la hora en que Dios nació, Santa María que lo parió, San Juan que lo bautizó.

Cuando volvió al hotel subió a la cámara mortuoria, y allí halló a Juanilla, transida de miedo y de cansancio, velando a la difunta. La criada le dijo, en son de queja, que la señorita Lucía le había encargado velar un rato, pero que el rato era ya muy largo, larguísimo, y que ella no podía más.

Y Teresa miraba ansiosamente a su altiva amiga al formular tales deseos. No necesitó más doña Manuela. Ella se encargaba de ser esa persona que, velando por la moral de la familia, devolviese el marido infiel a los brazos de la esposa resignada.

Palabra del Dia

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