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Actualizado: 12 de julio de 2025


Los cuales, el uno durmiendo a sueño suelto, y el otro velando a pensamientos desatados, les tomó el día y la gana de levantarse; que las ociosas plumas, ni vencido ni vencedor, jamás dieron gusto a don Quijote.

Al fin, la madre subió a acostarlos; el padre, encendiendo el farol, fuese a inspeccionar la costa, y nosotros continuamos velando a nuestro enfermo, que se revolvía en su camastro cual si aun estuviese en alta mar, zarandeado por el oleaje. Para calmar un poco su puntura, calentamos guijarros y ladrillos, poniéndoselos en el costado.

Agrúpense los libres Al pié de la bandera, Que las legiones rotas Aun hacen tremolar, Y firmes, denodados, Velando en la trinchera, Como la sombra al cuerpo La sigan sin cesar. Al que á su puesto falte, Al que la muerte tema, Al que cobarde tiemble ¡Oprobios veces mil! Los cascos de los potros Que doman los valientes Pisen esas cabezas Sin nervio varonil.

Y cuando en noche oscura se envuelva el cementerio Y solos sólo muertos queden velando allí, No turbes su reposo, no turbes el misterio Tal vez acordes oigas de citara ó salterio, Soy yo, querida Patria, yo que te canto á ti.

Por lo tanto, obrando como un capitán prudente, ordenó hacer zafarrancho de combate, abrir el pañol de la pólvora, llenar los depósitos de balas, subir al puente las picas y las hachas de abordaje, velando en todo con una actividad increíble y pareciendo multiplicarse. La corbeta inglesa avanzaba, avanzaba siempre...

¡Mamá, hay que marcharse! ¡En seguida, hijo mío! Diga usted, doctor, ¿podré pasar la noche junto a mi Sacha? ¡Está solo el pobrecito! Nadie en nuestra familia había muerto en un hospital, y el pobre hijo mío... Y se echó a llorar. El doctor la autorizó para pasar la noche velando al difunto. La madre y el hijo se fueron.

Y ¿quién te ha contado esta historia, Perla? preguntó la madre reconociendo una superstición muy común en aquella época. Aquella señora vieja que estaba sentada en un rincón junto á la chimenea en la casa donde estuviste velando anoche, dijo la niña. Ella me creía dormida mientras estaba hablando de eso.

Calló el piano, guardándose su ronca y temblona voz de viejo, y el enjambre joven, atropellándose, corrió al comedor. ¡Vive Dios, que se estaba bien allí, sentados ante el blanco mantel, con los balcones abiertos y en los ojos el extenso paisaje, que, con la luz anaranjada de la caída de la tarde, iba velando sus tonos brillantes y parecía adormecerse!

Aunque Chemed lo había averiguado todo, quiso que Mutileder le refiriese su historia. Mutileder la refirió con elocuencia. Al hablar de Echeloría, aunque era hombre recio, se le saltaron las lágrimas. Con las lágrimas sobre sus mejillas y velando sus ojos azules, estaba el muchacho lo más bonito que puede imaginarse. Chemed no se hartaba de mirarle; pero ¡con qué miradas!

Se acordaban de pronto de los numerosos vales que llevaban firmados: iba a llegar el momento de ajustar cuentas con el mayordomo. Un ambiente de tristeza y desasosiego se esparcía por el buque, velando las voces y haciendo languidecer las conversaciones. Los sitios vacíos inspiraban el melancólico recuerdo de los ausentes.

Palabra del Dia

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