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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Las muchachas, habituadas a la miseria de las gañanías, abrían los ojos con asombro, como si viesen realizada la abundancia de los cuentos maravillosos oídos en las veladas. La cena era digna de señores. Don Luis pagaba espléndidamente. A ver, señor Fermín: que traigan carne de Jerez; que coman todas esas muchachas hasta que revienten; que beban, que se emborrachen: yo corro con el gasto.
Cada una de estas veladas tenía su fisonomía característica y en casi ninguna de ellas faltaba su procesión y rosario, arcos de follaje, fuegos de artificio y mucho de baile, cantos, buñuelos y dulces, sin que escaseasen tampoco las broncas y los alborotos para dar más colorido al cuadro.
Había en ella algo o mucho de aquellas damas mexicanas, chapadas a la antigua, piadosas sin gazmoñería, caritativas sin parecer sensibleras, y en las cuales no podemos pensar sin imaginárnoslas vestidas de negro y veladas con rica y aristocrática mantilla. En doña Gabriela sólo una cosa merecía censura: su bondadosa tolerancia para con el pobre niño corcovado.
Y las viejas, en las veladas, van a tener materia para contar historias de aquí a cincuenta años. Compañeros dijo Hullin , todos vosotros conocéis el país y tenéis presente la sierra, desde Thann hasta Wissemburg.
Hay clases también, y distinguidos y cursis entre ellos, y distancias, por tanto, que se guardan hasta en el Casino diariamente. Esto le baste, que mundo y habilidad y cacumen le sobran a usted para deducir el resto. »El Casino es el alma mater de todos ellos. »Ya le indiqué a usted de pasada que había chicos poetas aquí, que leían en ciertas veladas.
A estas horas estarán asándose los señoritos en la acera del Caballista. Las veladas transcurrían en una paz patriarcal. El señorito ofrecía la guitarra al capataz. ¡Venga de ahí! ¡A ver esas manitas de oro! gritaba. Y el Chivo, obedeciendo sus órdenes, iba a buscar en los cajones del carruaje unas cuantas botellas del mejor vino de la casa Dupont. ¡Juerga completa!
Yo llevo, como usted dice, una «vida interior», siempre á solas con mis pensamientos, y cuando paso allá la noche, duermo mal, sufro de ensueños, muy hermosos al principio, pero luego muy tristes. ¡Ay, qué buenas veladas las nuestras cuando hablábamos de cosas científicas! Novoa sonrió. Para el músico, el juego y sus misterios eran cosas científicas.
Debilitado por las fatigas y las veladas, incapaz de dominar ya sus nervios, exasperados más aún por las palabras del señor Aubry, trastornado por el contacto de María Teresa que, desfallecida, se apoyaba sobre él, Juan, no pudo resistir. Rodeando a la joven con sus brazos, la estrechó, y con voz ardiente y apasionada, soltó al fin su secreto: ¡María Teresa, yo la amo!
Diré sólo que su lectura me ha interesado mucho. No soy, ni pretendo ser, definidor para condenar o absolver las ideas bastante veladas que el autor de la novela atribuye a su protagonista; pero celebro el talento de observación con que el autor estudia a un alma humana, acaso extraviada, pero egregia y pura, y celebro también el sentir religioso que anima las páginas de su librito.
Nunca me preguntaba cuál era el empleo de las veladas que no le pertenecían y sobre las cuales, le convenía, por decir así, dejar vagar algunas dudas.
Palabra del Dia
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