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De estas veladas aún queda hoy algo, si bien de nota incolora, sin aquel sabor característico, pues ya no se ven allí ni los majos decidores, ni las majas desenvueltas, ni todos aquellos tipos sevillanos que con tanta exactitud retrataba don José Bécquer en sus acuarelas y lienzos.

Aquí se reúnen los vecinos más distinguidos, y entre ellos se encuentran M. Blondel, el abate Bourdon y el comendador Folin; cada uno de estos ancianos cuenta a porfía instructivas anécdotas. Llevamos una vida deliciosa; el tiempo es precioso y paseamos mucho; durante las veladas, se cuentan historias.

Pero Diana no procedía con el mismo tacto y abrumaba a su prima con alusiones más o menos veladas sobre los obsequios siempre excesivos de Huberto Martholl. Estos temas de conversación eran dolorosos para Juan, y le aumentaban el deseo que tenía de huir de Pervenches. La ocasión que buscaba se presentó en breve. Un día, paseando, habló con entusiasmo a Bertrán, de la Alemania y de la Selva Negra.

La Gorgheggi tuvo que resignarse, y se contentaba con escribir no sólo a Minghetti, en su nombre y el de Mochi, sino a Emma, su carísima amiga; y hasta en las cartas a esta había contestaciones veladas, intercaladas con un disimulo que revelaba grandísimo arte, a los más esenciales conceptos de las escasas cartas de Bonis.

¡Oh, cómo lee en mi corazón! pensó el estudiante muy conmovido, y sin comprender la profundidad psicológica de aquellas palabras, ni su aplicación y significado en aquel momento. Usted no comprende esas cosas, Lázaro. ¿Que no? dijo éste. ¿Que no? Desgraciadamente las comprendo. Para usted, ; para usted, que es una criatura perfecta, una escogida de Dios, están veladas estas dolorosas miserias.

Puedo decir que he tenido tanto éxito en los asuntos por tratados, que no he perdido ni un solo pleito. A pesar de tanto trabajo, aún me quedaba tiempo para asistir a las veladas literarias del excelente literato y cronista de la provincia don Juan Vila y del inspirado poeta Alejandro Harssem, barón de Mayals. En este período de cinco años escribí la mayor parte de mis poesías.

Mas después de casados, como quiera que ella no lograba hijos propios, comenzó a odiar al marido y a cavilar que la niña era hija disimulada de Belarmino; con que la criatura tampoco se libraba del odio de la apasionada mujer. En los apóstrofes y denuestos de Xuantipa, aunque muy veladas, siempre latían, como se habrá advertido, venenosas alusiones a este asunto.

Con la marcha del estudiante acababan en casa de los Luna las veladas, en las que el campanero, el pertiguero, los sacristanes y demás empleados del templo escuchaban la voz clara y bien acentuada de Gabriel, que les leía como un ángel, unas veces las vidas de los santos, otras los periódicos católicos que llegaban de Madrid, y en ciertas noches un Quijote con tapas de pergamino y ortografía anticuada, venerable ejemplar que había pasado en la familia de generación en generación.

Yo pregunté a la luna por los labios febriles de aquella dulce impúber, santuario del cariño, por sus mágicos ojos, que cuando me miraban eran caricias y mimos; por su boca melosa que en mis largas veladas se posaba en mi frente a calmar mi martirio.

Lo que necesitas es calma y cariño. La catedral te curará. Aquí sanarás esa cabeza enferma, que parece la de Don Quijote. ¿Te acuerdas cuando de niño nos leías su historia en las veladas...? Anda adelante, fantasioso. ¿Qué te importa a ti que el mundo esté mejor o peor arreglado? Así lo encontramos, y así será siempre.