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Actualizado: 23 de junio de 2025
Experimentaba Pilar malsana fruición en recorrer aspectos del cosmorama de la vida, donde nunca fijaban sus ojos las hijas de los grandes de España por ella tan envidiadas, y que, por entonces, viviendo en la claustral atmósfera de sus palacios, vigiladas siempre por la institutriz rígida, llevan en la frente, a los veinticinco años, el sello de su altiva inocencia.
Román murió, ya en los tiempos de la república, repartiéndose entre sus herederos una fortuna que se estimó en más de cincuenta mil pesos. Una de las cláusulas de su testamento, que hemos leído, señala durante veinticinco años la suma de treinta pesos al mes para misas en sufragio del alma de Ovillitos.
La Sra. de Figueredo tendría entonces de veinticinco a treinta años: era una de las mujeres más hermosas, elegantes y amables que he conocido. Su marido, ya muy viejo, era quizá el más rico capitalista de todo el Brasil. Prendado de su mujer, gustaba de que luciese, y lejos de escatimar, prodigaba el dinero que dicho fin requería.
Cuarenta, no; pero, aun con lo cicatero y mezquino que es el hombre, no habrá bajado de los veinticinco duros. Menos que eso no lo admito, Nina; no puedo admitirlo. Señora, usted está delirando replicó la otra, plantándose con firmeza en la realidad . El Sr. D. Carlos no me ha dado nada, lo que se llama nada. Para el mes que viene empezará a darle a usted una paga de dos duros mensuales.
Si se refiriesen á lo que forma como el campo de la tempestad, su lecho inferior, si se quiere hablar de las largas filas de olas que ruedan alineadas guardando cierta regularidad en su furor, la opinión de los ingenieros no puede ser más exacta. Con sus crestas redondas y los valles alternados que presentan una y otra vez, revientan á lo sumo á la altura de veinte á veinticinco pies.
¡Ah! continuó diciendo, el caso es que todos hemos envejecido un poco y veinticinco o veintiséis años cambian endiabladamente las fisonomías... Y he aquí que le tenemos de nuevo entre nosotros... Miguelina, habrá que dar al señor la sala roja.
Por cierto que me dio veinticinco francos de propina, ¡como os lo estoy refiriendo! Yo te daré cincuenta respondiole Ayvaz, si quiere Dios que realice la venganza que medito. M. L'Ambert tiraba perfectamente, pero era demasiado conocido en las salas de esgrima de París para haber tenido jamás ninguna ocasión de batirse.
Había en el establecimiento un criado gallego, mozo de veinticinco años a lo sumo, alto, grueso, fornido, del cual se contaba entre los chicos que había levantado dos hombres con los dientes y otras proezas; con éste determinó de habérselas nuestro capellán.
El verdadero lord Lewis, personaje grave que sostenía el prestigio del nombre paterno, tenía numerosos hijos y había servido á su país en altos puestos coloniales. El, poco á poco, iba perdiendo sus antiguas relaciones, para no ser mas que un jugador en Monte-Carlo. ¡Veinticinco años! había dicho melancólicamente un día al príncipe . ¡Y jamás podré hacer otra cosa!
Era contemporánea del Conde-Duque de Olivares. Los hijos de aquel infortunado comerciante eran tres. Fijarse bien en sus nombres y en la edad que tenían cuando acaeció la muerte del padre. Juan Pablo, de veintiocho años. Nicolás, de veinticinco. Maximiliano, de diecinueve.
Palabra del Dia
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