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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Mas sus ojos se fijaban con extrañeza en esta partida inventariada en la larga lista: «Un paquete de veinticinco cartas, atado con una cinta de color de rosa». El respetable Butrón tomó de nuevo la palabra.
A favor de esa súbita claridad iba ahora coordinando Delaberge los pequeños detalles en que antes no se había atrevido a detener siquiera... Simón tenía ya veinticinco años y se cumplían ahora veintiséis desde que Delaberge y Miguelina se vieron por la última vez. Era esto, en efecto, una concordancia muy significativa.
Es la tercera vez que viene á cantar en San Francisco y siempre ha tenido mucho éxito. ¿Ha hablado usted con ella? Más de diez veces. He cenado con ella cuando era querida de mi amigo John-Lewis Day, el gran tratante en oro del Sacramento. Es una muchacha muy amable. ¿Qué edad cree usted que tendrá? Podrá tener, acaso, unos veinticinco años.
Casi todos los poetas franceses de su tiempo eran muy jóvenes. «En Francia», decía en burla el crítico Moreau, «ya no hay quien respete a un escritor si tiene más de dieciocho años.» El inglés Congreve escribió a los diecinueve su novela Incógnita, y todas sus comedias antes de los veinticinco.
Representaba más de veinte y menos de veinticinco años: tenía la mirada inteligente y expresiva, las facciones delicadas, el andar airoso y el cuerpo bien formado; pero su principal encanto estaba en la conversación, en el lenguaje, y no sólo en lo que decía sino en el modo de decirlo, porque además de gran claridad de entendimiento y mucho ingenio, descubrían sus palabras superior bondad de alma y sinceridad extraordinaria.
Pero solamente no podian tolerar con paciencia que en los casos de Inquisicion se confiscasen á los culpados las haciendas; i asi para remediar los daños que de esto resultaban, se compusieron en 1577 con el rei don Sebastian dándole doscientos i veinticinco mil ducados, i consiguiendo que por diez años no serian molestados en sus bienes.
De ese modo, ¿se me considera como una persona extraña? No, Amaury; eres mi hijo, a mis ojos y a los de Antonia; pero a los del mundo, eres un joven de veinticinco años y nada más. No dejará de ser divertido, encontrarme sin cesar a ese Felipe que no puedo sufrir y que pensaba no volver a ver jamás.
¡Una joven como yo, a los veinticinco años!... ¡Vaya una juventud! Hay que vivir en un medio petrificado como el nuestro, pobre vieja, para no conocer nada de la vida a mi edad... Algunas veces casi me sublevo, pero después se me pasa... Esas ideas no son de usted, señorita. Me parece estar oyendo a la señorita Francisca respondió Celestina escandalizada.
»Crea usted lo que le plazca; pero prepárese, porque no le queda más que media hora de vida. »¿Te burlas de mí? »De ningún modo. Calcule usted mismo: treinta y cinco años que ha vivido realmente y veinticinco que ha disipado, suman sesenta. »Y al decir esto se disponía a salir de la estancia.
¡Quita allá!... ni para qué quiere esta mantones. ¡Buenos están los tiempos! ¿Y qué precio?... ¡Cincuenta duros! Ajajá... ¡qué gracia! Los tengo yo del propio Senquá, mucho más floreados que ese y los doy a veinticinco. Quisiera verlos... ¿Sabe lo que le digo? Que me caiga muerta aquí mismo, si no es verdad que me han ofrecido treinta y ocho y no lo he querido dar... Mire, por estas cruces.
Palabra del Dia
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