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Actualizado: 23 de mayo de 2025
42 Y era Josafat de treinta y cinco años cuando comenzó a reinar, y reinó veinticinco años en Jerusalén. 43 Y anduvo en todo el camino de Asa su padre, sin declinar de él, haciendo lo recto en los ojos del SE
Veinticinco de aquellos, que generalmente con perdón se nombran, habían sido inmolados, lo que quiere decir que veinticinco noches habíamos tenido ensayo, y digo habíamos, porque poco á poco me había ido identificando con toda aquella familia real, hasta el punto de creerme muchas veces ciudadano pacífico del reino de Sansueña.
No tardó mucho tiempo en ver desde el bosque donde se hallaba un prado extenso que le seguía. En medio de él una cuadrilla de segadores inclinados hacia la tierra movían sus brazos á compás. Cerca de ellos, en pie, estaba un joven vestido de dril azul y sombrero de paja. Era nuestro conocido Pedro, que vigilaba los trabajos de la gente y los dirigía. Podría tener unos veinticinco años de edad.
¡Y así me libraría tal vez de aquella panza amarilla, y de aquella cometa abominable! Abandoné el palacio del Loreto, y con él mi existencia de Nabab. Regresé a mi habitación de la casa de la viuda de Marques, y volví a la oficina a implorar mis veinticinco duros mensuales y mi dulce pluma de amanuense. Mas un sufrimiento mayor vino a amargar mis días.
Doña Ramona la ocupaba todos los días, dos horas antes de comer y tres antes de cenar. En su casa se comía a la antigua española. En esta salida, al cabo de veinticinco años de escondite, se puso doña Ramona, por primera vez en su vida, en contacto y roce con el mundo.
Ponía una simple moneda de cinco francos la puesta menor que admiten en el Casino , y á los veinticinco golpes se detenía con espanto. Había ganado treinta y tres millones y medio de duros: más de ciento sesenta y siete millones de francos. ¡Solamente en veinticinco minutos!... El Casino cerraba sus puertas, declarándose en quiebra; pero esto no conseguía sacarle de su delirio.
D. Baldomero disfrutaba una renta de veinticinco mil pesos, parte de alquileres de sus casas, parte de acciones del Banco de España y lo demás de la participación que conservaba en su antiguo almacén.
Pocos minutos después, el señor de Castelnau entró en el salón, abrazó afectuosamente a su tío y saludó a las dos señoras con respeto. Aparentaba unos veinticinco años. Era alto, bien formado, de porte distinguido; en una palabra, un gallardo mozo; y, lo que vale más, parecía ignorarlo, porque se ocupaba siempre de los demás y nunca de sí mismo.
Sí; ¿qué otro nombre merece quien posee un arte infernal para romper lazos de muy antiguo trabados entre dos personas, y que resistieran durante veinticinco años a las asechanzas del mundo y a la persecución de los más diestros cortejos?... Permítanme los presentes que no nombre personas.
Lo menos le han quedado al padre después de mantener la casa cincuenta mil pesos. ¿Pero es tanto, Fabriciano? Entonces veinticinco mil pesos son de la madre. ¡Y que lo digas, amigo! No vayas a figurarte que nos dará menos el padre. ¡Que yo os voy a dar veinticinco mil pesos! exclamó Barragán trémulo . Ya quisiera tener para mí esa cantidad. ¿Sabéis lo que os digo?
Palabra del Dia
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