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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Y añadió designándome a la abuela: ¿Se puede saber lo que pasa en una cabeza de veinte años? Veinticinco, señor cura, veinticinco rectificó la abuela, un poco humillada por la cifra respetable de mis primaveras. Sin embargo, señor cura, todavía se casa la gente objetó la abuela. Sí respondió el cura con bondad, todos los obreros no están en huelga, pero sí muchos.
Sin duda sentía miedo a Teulaí, el hermano menor de su marido, un sujeto que a los veinticinco años era el terror del distrito; un amante loco de la escopeta y la valentía que, naciendo rico, había abandonado los campos para vivir unas veces en los pueblos, por la tolerancia de los alcaldes, y otras en la montaña, cuando se atrevían a acusarle los que le querían mal.
En la plaza de la Bolsa hemos hallado dos jóvenes de veinte ó veinticinco años, que saltaban en una cuerda, juego que en Andalucía se llama de la soga. Lo mismo hacia en la calle Feydeau una mujer que tenia varios hijos. En la calle de Richelieu, una mujer se ataba las enaguas blancas, adoptando apenas reserva alguna, sin que esto causara maravilla á los transeuntes.
7 Lo demás de los hechos de Jotam, y todas sus guerras, y sus caminos, he aquí está escrito en el libro de los reyes de Israel y de Judá. 8 Cuando comenzó a reinar era de veinticinco años, y dieciséis años reinó en Jerusalén. 9 Y durmió Jotam con sus padres, y lo sepultaron en la ciudad de David; y reinó en su lugar Acaz su hijo.
Una de las primeras noches, cuando aún no habían llegado los amigos, Rubín estaba solo en la mesa, y ponía su atención en dos grupos inmediatos a él. En ambos era vivo y animado el diálogo. En el de la derecha decían: «Hoy he hecho yo unas cincuenta arrobas a veinticinco reales. Pero está la plaza perdida. Los paletos van aprendiendo mucho.
10 Y allí será la suerte santa de los sacerdotes, de veinticinco mil [cañas] al norte, y de diez mil de anchura al occidente, y de diez mil de ancho al oriente, y de veinticinco mil de longitud al Mediodía; y el Santuario del SE
La algazara de los premiados, que iba cediendo algo, se aumentó con la llegada de Guillermina, la cual supo en su casa la nueva y entró diciendo a voces: «Cada uno me tiene que dar el veinticinco por ciento para mi obra... Si no, Dios y San José les amargarán el premio».
El día lo pasaba aprendiendo la caja, adiestrándose en componer y distribuir; luego empezó a hacer monos y remiendos, y a la noche se iba por las calles a vender un veinticinco de un periódico que allí se tiraba.
Salimos de la Magdalena entre alegres y tristes, y á los veinte ó veinticinco pasos nos volvimos, como para dominar el conjunto de aquel alcázar esplendoroso. Su vista es agradable, armoniosa, poética, casi imponente. Mirado por fuera el edificio, tiene algo solemne, porque lo grande tiene tambien su solemnidad.
Palabra del Dia
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