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Actualizado: 15 de junio de 2025


Pero en mis tiempos, los gringos eran todos «colorados», y los gallegos y vascos «blancos», tal vez porque en las filas de éstos habían combatido muchos españoles procedentes de la primera guerra carlista... ¡La sangre que se ha derramado! ¡Los combates sin cuartel, en los que no se admitían prisioneros!... Yo he visto degollar docenas de hombres lo mismo que ovejas.

Ella me explicó cómo iban los vascos, en otra época, a la pesca de la ballena en los mares del Norte; cómo descubrieron el banco de Terranova, y cómo aún, en el siglo pasado, en los astilleros de Vizcaya y de Guipúzcoa, en Orio, Pasajes, Aguinaga y Guernica, se hacían grandes fragatas.

Había al servicio de Felipe II dos ancianos almirantes vascongados, pero el soberano español quiso dar el mando de la Invencible á un castellano. Sucedió lo que habían predicho los dos marinos vascos: la escuadra se fué á pique. Una enfermedad terrible acababa de estallar en el siglo XV: el hambre, la sed del oro, la necesidad absoluta de poseer este metal.

El seráfico don José, que fué también de los del pacto de los piratas, se nos murió del vómito. Verdaderamente, aquel hombre era un santo. Murió reconociendo que era un gran pecador y lamentando no tener un cura católico a su lado. Los vascos nos libramos del vómito negro y del escorbuto, que comenzó también a presentarse en el barco.

Un gallego había hecho aquel viaje y habitado la tierra, y Colón asocióse con pilotos establecidos en Andalucía, los Pinzones, que se cree eran de la familia de los Pinçon de Dieppe. Este último punto no deja de ser verosímil. Nuestros normandos y los vascos, súbditos de Castilla, estaban en íntimas relaciones.

Más allá de la playa de los vascos, en una alta y escondida explanada que forman las rocas no lejos de cierta villa deliciosa, hizo alto la alegre turba, dispuesta a sentar allí sus reales para comer y sestear.

Nadie la huella sino los balleneros. A haberse querido, los grandes descubrimientos del siglo XV se verificaran mucho antes. Bastaba ponerse en contacto con los vagabundos del mar, los vascos, los islandeses ó noruegos, y nuestros normandos. Mas, por motivos distintos, se desconfiaba de ellos.

Como he dicho, la sobrecámara de la toldilla tenía una trampa que daba a la cámara del capitán; por ella bajamos nosotros y cerramos la puerta de nuestra cámara, donde solíamos dormir los vascos. Quedamos incomunicados. En seguida el piloto nos mandó encender la linterna de la Santa Bárbara, bajamos al pañol de las armas y de la pólvora y tomamos cada uno nuestro rifle y cartuchos en abundancia.

A la luz pálida del alba se veía el cadáver de Zaldumbide, colgado de una verga, balanceándose con los movimientos del barco. Se lo advertimos al teniente y a Nissen, y éste, con su habitual laconismo, nos dijo: Las llaves, las llaves. Es verdad repuso el teniente ; hay que registrarle, a ver si tiene el llavero. Ninguno de los otros vascos se atrevía, y fui yo.

Todos le querían: los capitanes vascos, sobrios en palabras, rudos y de tuteo confianzudo; los capitanes asturianos y gallegos, enamoradizos y derrochadores, que desmienten con su carácter la avaricia y la tristeza de tierra adentro; los capitanes andaluces, que parecen llevar en su gracioso lenguaje un reflejo de la blanca Cádiz y sus vinos luminosos; los capitanes valencianos, que hablan de política en el puente, imaginando lo que podrá ser la marina de la futura República; los capitanes de Cataluña y de Mallorca, conocedores de los negocios tan á fondo como sus armadores.

Palabra del Dia

rigoleto

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