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Actualizado: 15 de junio de 2025
Sonaban en su conversación apellidos vascos y andaluces de arcaico eufonismo: apellidos de los que sólo se conservaba en la Península un recuerdo tradicional en crónicas y comedias de otros siglos. Acogían con el interés de un gran suceso la noticia de los que marchaban al viejo mundo.
Ni vascos ni normandos habrían logrado hacerse autorizar por el reino de Castilla. Fué menester un italiano hábil y elocuente, un genovés obstinado que prosiguió la empresa quince años consecutivos, que supo aprovechar la hora propicia y descartar todos los escrúpulos.
Por otro lado, los Reyes de Castilla tuvieron siempre por gentes sospechosas á sus súbditos los vascos, quienes merced á sus privilegios constituían una especie de república, y además pasaban por hombres peligrosos, indomables. Esto fué causa de que se malograra más de una empresa de las ideadas por aquellos Príncipes. Bastará citar una sola, la de la armada Invencible.
Pintado por Ant.° de Iturrizar. Yo me figuraba antes, recordando las exageraciones de mi abuela, que este cuadro tendría algún valor; pero después he visto que es un grabado de la época, en el cual se ponía al pie una leyenda explicativa, y servía a los marinos vascos de ex voto para llevarlo a la iglesia de Begoña, a la Virgen de Guadalupe o a Nuestra Señora de Iciar.
Además, teníamos el cargo de cortar el tocino para el rancho del día, sacar el carbón para el cocinero, las provisiones de la despensa, el pan, el aceite para guisar y para las lámparas y el agua. Los cinco vascos nos conocíamos unos a otros como si fuéramos hermanos.
Sabrá usted tan bien como yo que los vascos nunca hemos sentido gran entusiasmo por el Ejército ni por la Marina de guerra. Yo no fuí una excepción; por el contrario, la quinta me indignaba; un hermano mío murió en Argelia; el otro estaba sirviendo en un navío del Estado; la tierra de la familia no se podía cultivar, y mi pobre padre me recomendó que fuera a América.
Los marineros, casi todos vascos, se avenían bien y no había riñas. A la vuelta de este viaje me embarqué con don Ciriaco en Cádiz, en la Bella Vizcaína. La fragata me pareció un salón, tan limpia, tan arreglada estaba. Don Ciriaco, como su barco, era también muy atildado y muy pulcro. Llevaba casi siempre sombrero de paja, traje blanco, patillas cortas, ya grises.
La marinería era completamente patibularia; quitando los vascos, que iban al lado del capitán por codicia, campesinos en su mayoría, y otros dos o tres, los demás eran una colección de borrachos, de ladrones, de presidiarios, lo peor de lo peor, el detritus de los puertos de las cinco partes del mundo. Los vascos, no. Estos eran casi buenas personas.
Pero no, no la tienen, y yo me alegro..., y, sin embargo.... Ya en Lúzaro nadie quiere ser marino; los muchachos de familias acomodadas se hacen ingenieros o médicos. Los vascos se retiran del mar.
Era de estos vascos que dejan todo su lastre de intolerancia y de fanatismo al pisar el primer barco. Había echado la sonda en la sima de la estupidez y de la maldad humanas y sabía a qué atenerse. Mi abuela no se entendía bien con él y arrastraba a su hija, a mi madre, a ponerse en contra de su marido. Sin duda el instinto de suegra le cegaba.
Palabra del Dia
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