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Actualizado: 26 de mayo de 2025
La sabiduría se agostaba pronto en esta familia de marinos y guerreros, como planta que surge por equivocación en un clima adverso. Preocupado por sus pensamientos de la noche anterior y por el próximo viaje a Valldemosa, Jaime se detuvo en el recibimiento contemplando los retratos de sus ascendientes. ¡Cuánta gloria... y cuánto polvo!
Al fin había cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos mediadores entre él y la familia, y aquella mañana iba a almorzar en la casa de Valldemosa, donde vivía Valls gran parte del año para alivio del asma que le ahogaba. Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La había visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro agradable.
Se dirigió hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma, antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y dos bandos enemigos: Can Amunt y Can Avall. Allí encontraría un coche que le llevase a Valldemosa.
La buena madó Antonia tenía una idea en su boca y otra en el pensamiento, y mientras seguía al señor hasta su dormitorio, le examinaba disimuladamente, queriendo adivinar algo en su rostro. ¿Qué habría pasado en Valldemosa, Virgen del Lluch? ¿Qué sería de aquel plan disparatado que había expuesto Febrer durante el desayuno?...
Recordaba Febrer las sinuosidades de este camino, por el que no había pasado en algunos años, lo mismo que un extranjero que volviese a la isla después de una visita remota. Más adelante se bifurcaba la ruta: una rama se dirigía a Valldemosa y otra a Sóller... ¡Ay, Sóller!... ¡La niñez olvidada que acudía de golpe a su memoria!
El camino de Valldemosa no ofrecía para él memoria alguna del pasado. Sólo lo había seguido dos veces, siendo ya hombre, para visitar con unos amigos las celdas de la Cartuja. Se acordaba de los olivos del camino, los famosos olivos seculares, de formas extrañas y fantásticas, que habían servido de modelo a muchos artistas, y avanzó la cabeza por una ventanilla deseando verlos.
Un ambiente de inquietud se extendía por el comedor. Febrer le miraba con cierta alarma, como si aguardase verle caer moribundo de su silla. La hija y el capitán habituados al espectáculo, parecían indiferentes. Es el asma, don Jaime dijo trabajosamente el enfermo En Valldemosa... estoy mejor... En Palma me moría.
En algunas ocasiones, los Febrer hasta hicieron préstamos a los reyes... Pero todo esto no podía evitar que Jaime, el último de la familia, luego de perder en el Casino, la noche anterior, todo cuanto poseía unos centenares de pesetas , hubiese aceptado dinero, para poder ir a la mañana siguiente a Valldemosa, de Toni Clapés, el contrabandista, hombre rudo, de entendimiento despierto, y el más fiel y desinteresado de sus amigos.
Luego, viéndose sola, levantó los brazos, invocando la ayuda de la Sangre de Cristo, de la Virgen del Lluch, patrona de la isla, y del portentoso San Vicente Ferrer, que tantos milagros había realizado durante sus predicaciones en Mallorca. ¡Uno más, santo prodigioso, para evitar la monstruosidad que proyectaba su señor!... ¡Que cayese un pedrusco de las montañas, interceptando para siempre el camino de Valldemosa; que volcase el carruaje y trajeran a don Jaime entre cuatro hombres... todo antes que aquella vergüenza!
Tal vez hasta lo del casamiento era mentira... No, madó. Me caso con una chueta... Me caso con la hija de don Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa. La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las manos ni los ojos.
Palabra del Dia
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