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Actualizado: 20 de octubre de 2025
La techumbre de la cocina ostentaba como remate una tinaja rota, que servía de chimenea. El almacén exhalaba un hedor de polvo, huesos en putrefacción y ropas corrompidas, junto con ese vaho indefinible de las casas viejas largamente cerradas. Un zumbido de moscas pegajosas vibraba en la obscura profundidad de las chozas.
Arrastrados por la vertiginosa corriente, respirando el vaho fangoso del río como si mascasen tierra, sacudidos a cada momento por los remolinos, Rafael se creía en plena pesadilla; comenzaba a sentirse arrepentido de su audacia. De las casas inmediatas al río partían gritos. Se iluminaban las ventanas.
Ojeda y Maltrana avanzaron entre el gentío casi tambaleándose, como embriagados por la sensación del suelo firme bajo sus plantas y el vaho que despedía caldeado por el sol. Un reloj señalaba las cuatro de la tarde. Junto a sus ojos revolotearon unas moscas pesadas y pegajosas, las primeras que salían a su encuentro en la nueva tierra.
«Va á venir», pensaba, encontrando incomprensible esta ausencia, mientras en torno de él roncaban los compañeros exhalando un vaho alcohólico. La tranquilidad de la noche acabó por infundirle un nuevo miedo, más intenso que todos los que llevaba sufridos. Adivinó que iba á pasar algo extraordinario, algo inconcebible, cuyo misterio aumentaba su pavor. Y así fué.
Pero los que bailaban con las máscaras hallábanse poco más ó menos en el mismo grado de la escala alcohólica y no se quedaban cortos en las respuestas. Solamente las mujeres estaban disfrazadas: hombres, uno que otro por excepción, acaso para llevar á feliz término alguna aventura que exigiese misterio. Las luces y el vaho de tanta gente habían formado ya una atmósfera espesa y asfixiante.
Pues con ella sola y lo que Dios ha esparcido con tanta abundancia y hermosura alrededor de este «solar de mis mayores», como dice papá, resultan maravillas de placer... Por supuesto que a ti que te espanta la soledad, y te entristece el ruido de las arboledas, y te hechiza el de la calle, y te embriaga el vaho de los salones, ha de parecerte inconcebible lo que te afirmo; pero te advierto que no trato de que me envidies, sino de que sepas lo que me pasa.
Los pasos de los transeúntes sonaban en las aceras como un áspero y ruidoso frotamiento, y aglomerábase la gente en las puertas de los templos, negras y profundas bocas que lanzaban a la fría calle el denso vaho de su interior.
La depositó sin hacer ruido sobre la arena de la alameda, dio un paso apoyando el índice sobre sus labios y fue a aspirar el vaho de la habitación por la abertura que había hecho. Su pecho se henchía con una ávida voluptuosidad. Era la primera vez que respiraba en diez días. Alargó la mano hacia la habitación, palpó el interior, encontró la falleba y la cogió.
Las calles estaban solitarias. Se habían ido a los campos los que horas antes las llenaban en ruidosa manifestación. Los desocupados se encerraban en los cafés, frente a los cuales pasaba apresuradamente el diputado, recibiendo al través de las ventanas el vaho ardiente en que zumbaban choques de fichas y bolas de marfil, y las animadas discusiones de los parroquianos.
Sin duda la han limpiado en común para quitarle el vaho del mar... Maltrana continuó, después de una breve pausa: Esa señora que entra retrasada, tan alta y buena moza, es una chilena, ¡Qué mujer!, ¿eh, Ojeda? ¡Qué cuello, qué andares de reina, qué brillantes!... Pero no hay ilusiones posibles.
Palabra del Dia
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