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Al otro lado del río, millares de luces de colores, en serpenteantes líneas o marcando el contorno de los pabellones arquitectónicos, desvanecían la obscuridad, produciendo un rojizo vaho que se extendía por el cielo coma el reflejo de lejano incendio. Las charcas del río se poblaban de inquietos peces de fuego. Atravesó el puente sufriendo los codazos de la multitud.

Su naturaleza rústica y perezosa fue despertando, y al cabo se rindió. Se rindió, aturdida por aquella huida de la casa paterna, conmovida por las súplicas y los halagos tiernos del joven cortesano, embriagada por el aroma fresco del heno y el vaho espeso y caliente que subía del establo por los agujeros abiertos sobre el pesebre.

Todos fumaban, las mujeres más que los hombres, y la atmósfera se enrarecía con el humo del tabaco y el vaho de los bustos desnudos, algo sudorosos bajo su capa de blanquete. Al olor de la carne femenil se unía un perfume moribundo de flores marchitas. Los ricos despreciaban las muchedumbres del Casino, encontrando en el amontonamiento de este club un signo de distinción.

El médico hablaba de política exhalando un aliento de vaho de ron, tratando de pinchar y amoscar a Julián; y, en realidad, si Julián fuese capaz de amostazarse, habría de qué con las noticias que traía Máximo.

Rafael dio un paso atrás, sintiendo el vaho de aquella boca anhelante y rabiosa que buscaba hacer presa en sus piernas, pero se tranquilizó al ver que el perro, tras una corta indecisión, movía bondadosamente la cola y se limitaba a husmear los pantalones para convencerse de la identidad de la persona.

Estaba envuelto en el humo azulado, sutil y picante que se escapaba del fogón de los buñuelos; un vaho grasoso, inaguantable, capaz de hacer llorar y toser a los monigotes de la falla Y lo primero que vio al volver de sus ensueños fue un par de viejos que, asomados a la puerta del cafetín, le miraban con sonrisa burlona.

Don Juan vuelve de nuevo a pasear, atento el oído hacía la puerta y fruncido el entrecejo por el enojo. Empieza a desconfiar. «¡No viene! ¿Qué ridículo miedo, qué recelo se le habrá metido en el alma? ¡Virtud de última horaTorna al balcón, apoya la cabeza en la vidriera, que se empaña con el vaho de su aliento, y exclama, hablando solo: ¡Gracias a Dios! ¡Allí está!

Al tocar Lucía suavemente el hombro de la dormida, ésta se incorporó a medias, de un brinco; sus ojos, entreabiertos, tenían velada y sin brillo la córnea, como si los cubriese la telilla que se observa en los ojos de los animales muertos. Del lecho salía un vaho espeso y fétido; la anémica estaba bañada en copioso sudor.

Rafael, en cuatro cucharadas, se tragó su ración, poniéndose al nivel de los demás cuando salió el cocido, dos fuentes magníficas, que exhalaban un vaho consolador, un tufillo alimenticio que se colaba hasta el fondo del estómago.

Su padre, sin duda, revivía en él, y por esto no podía aspirar el vaho de una cocina sin estremecimientos voluptuosos, ni ver a una muchachota de tez morena, brazo musculoso y robustas posaderas sin sentir que la sangre afluía rápida a su corazón, como si se viera ante el ideal realizado.