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Actualizado: 28 de junio de 2025
Desde la entrevista con su marido, Fortunata se puso tan inquieta, que Segunda tuvo que enfadarse para impedir que se levantara, pues quería hacerlo a todo trance. El chiquitín debía de encontrar novedad en lo tocante a provisiones de boca, porque estaba mal humorado, como si quisiera también echarse a la calle, en son de pronunciamiento.
Estuvo a punto de enloquecer; pero su amigo Amezcua le sacó del trance.
Y no lo digo por la abundancia de fundaciones, ni por la suntuosidad de las fiestas, ni porque los ricos dejasen su fortuna a los conventos, empobreciendo con ello a sus legítimos herederos, ni porque, como lo pensaban los conquistadores, todo crimen e inmundicia que hubiera sobre la conciencia se lavaba dejando en el trance del morir, un buen legado para misas, sino porque la Iglesia había dado en la flor de tomar cartas en todo y para todo, y por un quítate allá esas pajas le endilgaba al prójimo una excomunión mayor que lo volvía tarumba.
Sucedió, pues, que, saliéndose una mañana a imponerse y ensayarse en lo que había de hacer en el trance en que otro día pensaba verse, dando un repelón o arremetida a Rocinante, llegó a poner los pies tan junto a una cueva, que, a no tirarle fuertemente las riendas, fuera imposible no caer en ella.
No sólo con miradas y gestos provocativos les quemaban la sangre, sino también con picantes indirectas y con insultos groseros les ponían en el trance á cada instante de perder la paciencia y experimentar una nueva y vergonzosa derrota. Pero el más insolente, el más provocativo, el más fachendoso de todos era Toribión de Lorío.
Y nunca sospechó que aquel encubierto de la reja fuese el duque de Osuna. Pasáronse al fin seis meses desde el encierro de la duquesa. Hacía ya algunos días que el duque ocupaba una casa frente por frente de las rejas de la duquesa, desde donde á una señal debía acudir á todo trance. El duque conservaba aún la llave del postigo.
Alta es de Apolo, pero simple hazaña. Los demas de la turba defraudados Del esperado premio, repetian Los himnos de la envidia mal cantados. Todos por laureados se tenian En su imaginacion antes del trance, Y al cielo quejas de su agravio envian. Pero ciertos poetas de romance Del generoso premio hacer esperan A despecho de Febo presto alcance.
Era un sastre de Londres que, según decían algunas personas, se había vuelto loco a fuerza de engañar a la gente. No podía montar a caballo. Pretenden que no podía apretar el caballo, como si sus piernas fueran tenacillas. Mi abuelo le oyó contar eso al viejo squire Cass repetidas veces. Sin embargo, quería andar a caballo a todo trance, como si lo impulsara el demonio.
Pensaba en Juan Portela, en el guapo Francisco Esteban, en todos aquellos esforzados paladines cuyas hazañas, relatadas en romances, había escuchado siempre con entusiasmo, y se reconocía con tanto redaño como ellos para afrontar el último trance. Pero algunas noches saltaba del petate como disparado por oculto muelle, haciendo sonar su cadena con triste repiqueteo.
Esto supimos por entonces; pero a cabo de tres días que, por enferma, la señora peregrina se estaba en casa, una de las dueñas nos llamó a mí y a mi mujer de su parte; fuimos a ver lo que quería, y a puerta cerrada y delante de sus criadas, casi con lágrimas en los ojos, nos dijo creo que estas mismas razones: "Señores míos, los cielos me son testigos que sin culpa mía me hallo en #un# riguroso trance #y me veo obligada, por cuestión de honra, a apartar de mi lado a esta niña#. Y es menester, amigos, #busquéis con todo secreto donde llevarla a criar#, buscando también mentiras que decir a quien #la# entregáredes; que por ahora será en la ciudad, y después quiero que se lleve a una aldea.
Palabra del Dia
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