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Actualizado: 10 de junio de 2025


En cambio este Federico de mis pecados parece sufrir un ataque de tercianas. ¡Saca el frasco, muchacho, y toma un trago! Tarlein lo hizo como se lo decían. Llegamos con una hora de anticipación observó Sarto. En cuanto echemos pie a tierra enviaremos aviso de la llegada de Vuestra Majestad, porque lo que es ahora no habrá nadie esperándonos. Y entretanto...

¡No, me diste agua! ¡Quiero caña, te digo! La mujer corrió otra vez, volviendo con la damajuana. El hombre tragó uno tras otro dos vasos, pero no sintió nada en la garganta. Bueno; esto se pone feo murmuró entonces, mirando su pie lívido y ya con lustre gangrenoso. Sobre la honda ligadura del pañuelo, la carne desbordaba como una monstruosa morcilla.

Para la dolienta dijo, levantándole en alto. Que gloria se le güelva contestó la reunión. Sexto gemido de la viuda. ¡Yo no puedo beber, que no puedo, que tengo un ñudo en el pasapán! ¡Ay, mariduco mío de mi alma! Vaya, mujer, que ya no tien remedio; y el perder la salú no le ha de resucitar á él. Toma un trago, que tendrás el estómago aterecío....

¡Canástoles saltó aquí don Alejandro , con los valentones estos!... Yo no me trago a los hombres crudos, ni mucho menos; pero tampoco se me arrugan las narices por echar una cataplera por esas aguas allá.

Martin y Candido distinguiéron con mucha claridad en el combes de la nave que zozobraba unos cien hombres que todos alzaban las manos al cielo dando espantosos gritos; en un punto se los tragó á todos la mar. Vea vm., dixo Martin, pues así se tratan los hombres unos á otros. Verdad es, dixo Candido, que anda aquí la mano del diablo.

Las aspiraciones del hombre son infinitas y quisiera beber la eternidad de un trago. ¿Pero son todas ellas legítimas? ¿Todas deben realizarse? Mete la mano en tu seno y verás que muchos de tus deseos no podrían satisfacerse sino a expensas de la satisfacción de tus semejantes... ¡Y todos tenemos que vivir, qué diablo! Es que si tenemos que partir la felicidad con todos tocamos a muy poco.

El padre Aliaga estaba profundamente pensativo. El rey oraba. El bufón se bebió de un trago la copa. Ahora bien dijo , y ya que sabéis que Dorotea no es ni mi hija, ni mi amante, ¿qué queréis de ella? ¿por qué me habéis preguntado por ella? Basta, basta dijo el padre Aliaga ; me siento malo, y con la venia de vuestra majestad me retiro. Id con Dios, padre Aliaga, id con Dios dijo el rey.

Lo primero que se me ocurrió fue decir a la señorita que, estando yo en el portal, yegó un cabayero a dejar una carta, y que como no estaba la portera, la tomé yo. Por lo pronto no se malició nada; pero luego en cuantito que la leyó, se tragó la partida. ¿Y qué cara puso? Sabe más que Lepe, Lepijo y toda su parentela.

Más estético y más simétrico hubiera sido que las lágrimas fueran dos; pero no fue más que una; la del otro ojo debió de brotar tan pequeña, que la sequedad de aquellos párpados, siempre enjutos, la tragó antes que asomara.

Rafael, en cuatro cucharadas, se tragó su ración, poniéndose al nivel de los demás cuando salió el cocido, dos fuentes magníficas, que exhalaban un vaho consolador, un tufillo alimenticio que se colaba hasta el fondo del estómago.

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