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Actualizado: 10 de junio de 2025


Hízosele saber, como dato muy importante, que el candidato de oposición daba, a cada elector que le votara, media libra de pan y un trago de vino. Del ministerial nada se sabía, porque corría la elección por cuenta de los Ayuntamientos, al decir de la fama.

Ahí dentro; ¿qué se le ofrece? Vengo a pagar cuatrocientos pesos que me ha puesto de contribución... ¡Como no le cuesta nada a ese animal! ¿Conoce, patrón, al general? Ni quiero conocerlo, ¡forajido! Pase adelante; tomemos un trago de caña.

Un capón asado, un trozo de carne digno de mi apetito y dos ó tres frascos de buen vino gascón. Tengo doblas de oro y cornados de plata en el bolsillo, y gastarlos, como buen soldado. Por lo pronto, cuantos me oyen van á tomar un trago de lo que gusten conmigo.

De ninguna manera; no quiero que te rías de . Aunque fueses feo, siempre quedarías como hombre agradable e ingenioso. Muchas gracias... pero no trago el anzuelo. Dime entonces tu nombre. ¿Para qué?... no me conoces... me llamo Juan Fernández. Eso no es verdad. Ambos quedaron silenciosos unos instantes.

Arrancose una vez a armar la gorda «para que no crea pensaba que me trago sus mentiras y que estoy aquí haciendo el papamoscas». Pero Fortunata, recordando al instante las lecciones de su amigo Feijoo, trazó la raya divisoria que este le recomendara, y vino a decir en sustancia: «de aquí para allá, señora, gobierna usted; de aquí para acá, están mis cosas y en ellas no tiene usted que meterse».

Empieza, pues, por secarte las lágrimas, como yo, mira; yo me las trago... yo me río... ¡ah! ¡ah! ¡qué buen chasco les vamos á dar! dijo el tío Manolillo, saliendo del hueco del balcón y dirigiéndose al cocinero mayor: ¡Chasco! ¡chasco! ¿qué más chasco que lo que á me sucede? exclamó Montiño llorando.

Fray Diego de vez en cuando lleva la mano al tarro de la ginebra, llena la copa de su amigo, luego la suya, y gravemente la apura de un trago.

Después, al serenarse un poco, gracias a un trago de agua azucarada, que debió de parecerle una inundación agradable, hizo una mueca con boca y narices, que llevó a Bonis al recuerdo del abuelo. «¡Oh, como mi padre! ¡Como yo en la sombra!».

Artículos de periódico olvidados en seguida, traducciones que firmó otro o que acaso no firmó nadie. La sirena de la Puerta del Sol se tragó su espíritu antes de que la Desnarigada, que tanto quiere a los poetas y a los artistas pobres, le estrujase el corazón, en el silencio helado del hospital, entre hedor de calentura y de medicinas.

Susurraban los maldicientes que entre parleta y parleta solía la matrona entreabrir el pañuelo que le cubría los hombros y sacar una botellica que fácilmente se ocultaba en cualquier rincón de su corpiño gigantesco; y ya corroboraba con un trago de anís el exhausto gaznate, ya ofrecía la botella a su interlocutora «para ir pasando las penas de este mundo». A oídos del señor Rosendo llegó un día esta especie, y se alarmó; porque mientras estuvo en la Fábrica no bebía nunca su mujer más que agua pura; pero por mucho que entró impensadamente algunas tardes, no cogió infraganti a las delincuentes.

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