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Actualizado: 9 de julio de 2025
Tirso era de carácter rudo; su aspereza parecía fruto de cierto orgullo íntimo por el cumplimiento del deber, y con los campesinos guardaba siempre una reserva calculada, cual si pensase que convenía a su prestigio de sacerdote el apartamiento de las miserias humanas. Lo que más contribuyó a su buena fama, fue la indiferencia que manifestó hacia las mujeres desde que tomó posesión del curato.
La historia de los amantes de Teruel, tan patética y popular en España, que sirvió después á Tirso de Molina y á Montalván , forma su base, y la vigorosa pintura de los afectos y la profundidad del sentimiento de toda ella, dan prueba del eminente talento poético de su autor.
Salió perdiendo en el cambio, pero sabía que aquello agradaría al padre. Leocadia barrió el suelo y fregó los cristales del cuarto cedido, y la madre preparó ropa para el lecho. Con destino a Tirso se compró un catre; pero Pepe lo tomó para sí y cedió también para su hermano la cama, que era de hierro.
Doña Manuela iba entre tanto sometiéndose mansamente a la influencia de Tirso: su carácter débil aceptó la inclinación que éste quiso darle, como hubiera tolerado cualquier otra. Nadie hasta entonces la dijo lo que su pensamiento había de acoger o rechazar, y fue indiferente en religión por serlo los que la rodeaban, que a ser fanáticos en cualquier sentido, fuéralo ella también.
Por la tarde, mientras don José estaba dormitando, la madre en la cocina y Pepe vistiéndose para ir a ver a Paz de lejos en paseo, Tirso habló a su hermana cariñosamente, pero violentándose por parecer sereno. Tampoco hoy habéis ido a misa...
Pero sentiría, si anda en ello la mano de Tirso, que acabe por sorberte el seso y te convierta en una de esas devotas que se comen los santos. Tanto, no; pero un poco de religión, no viene mal. ¿Como de cuando en cuando una purga? Que te oiga tu hermano, y disputa al canto. Tienes razón: más vale que no me oiga, porque acabaríamos riñendo. Mira, hijo, no tengamos algún disgusto por vosotros.
Pepe clavó los ojos en aquél hombre, y luego, poniéndose a pocos pasos y a su espalda, le llamó en voz baja, casi con timidez: ¡Tirso! Volviose de pronto el recién llegado, y entonces el muchacho le abrió los brazos, diciendo: Soy Pepe. El abrazo que se dieron fue largo y apretado, sincero tal vez, pero de fijo nadie lo sabrá nunca.
No es posible descifrar las épocas, en que se supone ocurrir tales sucesos, pues tanta es la diversidad de costumbres, y tan caprichosas y arbitrarias las mistificaciones de la mitología. La comedia de El infamador, y su héroe Lucino, es menos notable por su mérito, que por haber servido á Tirso de Molina, según todas las probabilidades, para componer su Burlador de Sevilla.
Subieron por la Cuesta de San Vicente, y poco antes de llegar a la puerta, Tirso, mirando frente a ella un edificio pequeño en cuyos muros exteriores había escritos dos versículos de la Biblia, preguntó, torciendo el gesto: ¿Es una capilla protestante?
Era necesario un agente discreto, seguro, desconocido por ser nuevo, y de quien nadie pudiese sospechar: don Tadeo designó a Tirso, y éste tomó el tren para la corte. Por eso no escribió ni dijo nunca a sus padres cuál era el objeto de su viaje.
Palabra del Dia
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