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Actualizado: 9 de junio de 2025
Quizá venga a pretender algo; mas de ser así, ¿por qué no consultarlo antes con nuestro padre? Tú, que conoces mi modo de pensar, aunque no por completo, comprenderás que abrigue ciertos temores. Tirso es cura, y en esta casa hay muy poca devoción.
Tu hermano ha tomado en serio el ser director espiritual de las oficialas del taller, y las aturde a letanías: tu madre... chico, lo diré con mucho respeto; pero hay que llamar a las cosas por sus nombres... tu madre está como si le hubieran sorbido el seso: Tirso la tiene días enteros doblando ropas, arreglando cajones, recibiendo la labor a las chicas... y, vamos a la parte más fea del asunto.
Repetimos, pues, la advertencia, que ha de tenerse muy presente, de que el mérito singular de los dramas de Tirso no se encuentra ni en el arte con que está trazado su plan, ni en el arreglo ni unidad del conjunto, sino en la variedad y en el interés de las situaciones, en el vigor y la vida de los caracteres, en el colorido seductor de sus imágenes, en la agudeza inimitable de su ingenio y en el brillo de su dicción poética; que, por tanto, al exponer el argumento de cada uno de ellos, apenas se ve otra cosa que una especie de caput mortuum, y que sus defectos, en esta forma, son más aparentes que sus excelencias.
No creo se tuvo gran cuidado al redactarse en las relaciones ciertos apellidos, que por su respetabilidad y personificación debían estar á nuestro juicio á salvo de todo ridículo, y ridículo, y no poco es ver á un Guzman el Bueno jugando al gallo, y á una Isabel de Marcilla en complaciente bichara, con un Tirso de Molina ó un Lope de Rueda.
Su falta de ilustración y su escaso sentimiento religioso, no podían prestarle armas para luchar; pero le dolía que siendo Tirso clérigo, y habiendo por el mundo tanta gente que les guarda consideración, su otro hijo les mirase con tan malos ojos. ¿Qué edad tiene ahora? preguntó Millán.
Cuando iba ya a tocarle en un hombro, Tirso se puso en pie, hizo ante el altar una lenta genuflexión, se persignó y salió despacito. Al verle llegar a la puerta, Pepe, que había vuelto a salir, le dijo, procurando no dar acritud a sus palabras: Pero, ¿tú sabes la impaciencia con que estarán en casa?
Doña Manuela, que sin atreverse a proferir una sola palabra se había interpuesto entre ambos, miró entonces a Pepe como no le había mirado nunca, y con un vigor de que jamás dio señales en su vida, le dijo: ¡Basta! La expresión que adquirió su rostro desconcertó a Pepe: le repugnaba creer que su madre hiciera causa común con Tirso. Pero, mamá, ¿sabes lo que acaba de hacer?
Entonces comenzaron a dar sus frutos el alejamiento de la familia y el desconocimiento de sus padres en que pasó Tirso los primeros años de su vida. La voz del egoísmo sonó poderosa y convincente, diciéndole que don Tadeo podía hacerle hombre; que su familia, en cambio, carecía de medios para ello.
Parecíale innegable la bondad de Millán, pero Tirso tenía, en parte, razón.
Para vivir tranquilos y sustentarse en una época de incultura, los poetas buscaban la sombra de la Iglesia y se cubrían con sus hábitos. Lope de Vega, Calderón, Moreto, Tirso de Molina, Mira de Amescua, Tárrega, Argensola, Góngora, Rioja y otros, eran sacerdotes, muchos de ellos después de una vida borrascosa.
Palabra del Dia
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