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Actualizado: 9 de junio de 2025


Se dijo sencilla y espontáneamente que era necesario en su casa, que allí quien debía trabajar era él, sin imaginar jamás que sus más penosos esfuerzos por lograrlo pudieran llamarse abnegación o sacrificio, ni siquiera deber: lo haría porque , porque era el hermano mayor, el único hombre de la casa. En sus cálculos no entraba Tirso para nada. Si no, ¿quién lo haría?

Es mentira, ¿no es verdad, hijo mío? no es gota, ¿verdad, Pepe? decía el enfermo. No, papá; cálmate, por Dios: ¡ha sido una infamia! Sólo al cabo de dos o tres horas, seguro ya de que nadie se atrevería a molestar al viejo, marchó Pepe a su trabajo, observando al salir que doña Manuela estaba encerrada con Tirso en el cuarto de éste.

Á esta observación hay que añadir otra acerca del carácter moral de estas producciones literarias. Lo mismo desconoce Tirso los escrúpulos poéticos que los morales.

El traje de la de Astorgüela era sencillo y negro, de un negro brillante y nuevo, junto al cual pardeaban la sotana y el manteo de Tirso. Lo primero comenzó ella pido a usted mil perdones por mi atrevimiento: debía haber procurado esta entrevista de otro modo, pero deseaba que honrase Vd. mi casa y quería que hablásemos a solas; ante todo, para felicitarle por su elocuencia y su rasgo de valor...

Paz, que jamás había oído tales nombres, se fijó en ellos con cuidado: Tirso prosiguió: Esta mañana se ha despedido de Vd.; pero los últimos instantes que pase en Madrid... tenga Vd. valor, señorita, serán para ella: estoy seguro de que irá a verla.

¡Allí están! gritó Leocadia y, dirigiéndose hacia la puerta, bajó la escalera rápidamente hasta el portal, donde abrazó a Tirso, mientras Pepe decía: Ya le tenemos aquí: vamos, vamos arriba. Doña Manuela les recibió con los brazos abiertos en el descansillo del principal; y como don José se hubiese quedado solo, con las puertas abiertas, se le oía gritar, alterada la voz: ¡Tirso, Tirso!

Así llegó el invierno de 1872 y aquella triste cena de Noche Buena, en que se habló de la próxima venida de Tirso y en que, después de irse Millán, ya acostado el pobre viejo, trataron los hijos y la madre de lo que convenía hacer, sin llegar a resolver nada, porque la común abnegación no producía una miserable moneda de cobre.

Schlegel, por su parte, según él mismo declara, sólo tenía noticia muy imperfecta de las comedias de Lope de Vega, y ninguna de las de Tirso de Molina, Alarcón, Guevara y otros muchos.

¡Este es exclamó Tirso amargamente el fruto de las ideas modernas! Vive una familia en repugnante impiedad, un sacerdote, hijo de esa misma familia, se propone redimir de su ignorancia a los desdichados y, otro hijo, su propio hermano, le arroja de allí... es decir, lo intenta.

A la semana siguiente la situación se agravó con la noticia de que llegaba Tirso: la carta en que éste lo anunció no debía precederle sino dos días.

Palabra del Dia

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