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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Lope de Vega, en el acto III de Los Novios de Hornachuelos: «BERRUECO. ...Un Barrabás sois vestido, una fantasma calzada, una arpía bautizada, y un camello con marido.... Longinos a pie, Caifás, capón molde de hacer monas, India de las Amazonas y trescientas cosas másTirso de Molina, Cautela contra cautela, acto I: «ENRIQUE. ¿No es bien nuevo amar a dos?

XLI del Catálogo razonado de las obras dramáticas del maestro Tirso de Molina, de Hartzenbusch, de la Biblioteca de Autores Españoles. Agustín Moreto y Cabañas. Sus obras serias. SOBRE la vida de este célebre poeta casi no ha llegado hasta nosotros noticia alguna auténtica.

El elemento religioso aparece más claro en una obra dramática de Tirso, en la cual se desenvuelve la historia de Santa Casilda, leyenda española muy bella , arreglada para el teatro; titúlase Los lagos de San Vicente.

Sobre esto hizo mil conjeturas la malicia; pero nada se llegó a saber con certeza. Tal fue la vida de Tirso durante los primeros años de su estancia en aquellos campos, donde seguramente no era fácil que se realizasen todas las promesas de dignidades y grandezas que le hicieron su propia imaginación y los que le consagraron al sacerdocio.

Y Tirso de Molina, en el acto III de Por el sótano y el torno, hace decir a Santillana, escudero viejo, cuando se dispone a dejar de servir a su ama, porque le ha reprendido: «¡Miren, porque la doy luz de amantes embustidores! QUITERIA. ¿Quién es doña Escalera? D.ª TORRE. Vna criada. QUITERIA. ¿Con don? D.ª TORRE. , que autoriza una donada

Ya mencionamos antes algunos ejemplos famosos de tales imitaciones, como el Cid y el Menteur, de Corneille, y el Festín de Pierre, de Molière, cuando hablamos de Guillén de Castro, Alarcón y Tirso de Molina.

Tirso tuvo miedo, no al hombre, al escándalo, y sin desplegar los labios siguió a Millán con la vista, hasta que se cerró tras él la puerta. Pepe aguardó el resultado de la entrevista en un cafetín de las afueras cercano al convento.

Tirso sintió caer una lágrima sobre su cuello; doña Manuela y Leocadia les miraban, sin atreverse a separarlos, ambas impacientes por acercarse; Pepe, temeroso de que aquella impresión dañara a su padre, se adelantó hasta la butaca y, apartando suavemente a Tirso, dijo: Que haya para todos; los demás, ¿no somos nadie? ¡Ya ves, hijo mío, cómo estoy!

Cada cual cumple su deber como lo entiende. ¿? Pues date por avisado: al Santo Viático, al granuja que lleva el farolón y a ... os tiro escaleras abajo. ¡Lo veremos! Pepe, sobreponiéndose a su indignación, procuró hablar con calma y, notando la sangre fría de que Tirso alardeaba, quiso mostrar igual serenidad.

Tirso entró en seguida en funciones, inundándosele el alma de alegría ante el espectáculo de aquellas mujeres que, unas en continuo trabajo, otras en perpetua oración, tenían puesta la mirada en el cielo y la esperanza en Dios.

Palabra del Dia

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