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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Las espinas de la vida comenzaron a clavarse cruelmente en las carnes delicadas de aquella niña, que hasta entonces sólo flores había hallado en su camino. El despego de Amalia fue creciendo de día en día. A la par crecía también la reserva y la timidez de su hija. Pero como al fin era niña, esta tristeza disipábase a veces al impulso de un capricho.
No sabes lo que es ir de caza en este país. A ver si me veo precisado a traerte en brazos como a Ventura. No tengas cuidado; soy más fuerte de lo que parezco. Al fin la joven, trató de marcharse. Gonzalo le preguntó con timidez: ¿No me lees hoy un poco? Cecilia no había pensado en otra cosa desde hacía rato.
Era Martínez, el teniente de la Legión extranjera, que le saludaba con cierta timidez, pero satisfecho al mismo tiempo de que sus compañeros le viesen en buenas relaciones con un personaje famoso del que tanto se hablaba en la Costa Azul. Miguel devolvió el saludo maquinalmente y siguió adelante. Este momento quedó fijo en su memoria para toda la vida.
Á pesar de esto no se notó que huyera las ocasiones de acompañarla; antes al contrario, parecía que las solicitaba. Mas, una vez á su lado, dejaba pasar las horas sin despegar los labios, apresurándose á cumplir sus órdenes más insignificantes. La timidez del mayordomo no era en verdad de la misma índole que antes. Había en ella más idolatría á la mujer que respeto á la señora.
Se alejaron con marcada indecisión, volviendo repetidas veces el rostro para examinarle una vez más. A los pocos minutos regresó uno de ellos, el más viejo, aproximándose con timidez á la mesa. ¿Es usted, y perdone, el capitán Ferragut?... Hizo esta pregunta en valenciano, al mismo tiempo que se llevaba la diestra á su gorra para quitársela. Ulises detuvo el saludo y le ofreció una silla.
Es tanta la ignorancia de la vida y tan cándida su timidez, que daría gana de permitirse con ella una familiaridad de hermano mayor, sin sus ojos, aquellos ojazos de profunda gravedad, superior a sus años, que desconciertan e infunden respeto.
Por supuesto, él no se dignaba sentarse a la mesa: abajo, en la portería, recibía su buena ración y se iba tan contento. Y hoy, ¿dónde has almorzado? preguntó Susana con timidez. ¡Ah! ¡Nanita, qué picarona! ¿De modo que las santas se permiten también ser maliciosas? Pues hoy almorcé... allá. ¿Dónde... allá? Pues, en casa de la tía Silda. ¡Ah! hizo Susana. ¡Qué enferma había estado la tía Silda!
Huérfana desde su niñez, había sido criada por un hermano suyo, que la amaba con ternura, y por su nodriza, que adoraba en ella y la mimaba; sin que por esto dejase de haberse hecho una joven buena y piadosa. El aislamiento y la independencia en que había pasado los primeros años de su vida, habían impreso en su carácter el doble sello de la timidez y de la decisión.
Tal vez su ruidosa alegría dependiera del mal estado de sus nervios, fuese una continuación de la crisis. Así que con timidez le insinuó la idea de acostarse. Elena protestó inmediatamente. Se hallaba admirablemente: no sentía ningún sueño.
No hemos encontrado billetes... A propósito, tenemos un palco, repuso Makaraig; Basilio no puede venir... vengan ustedes con nosotros. Tadeo no se hizo repetir la invitacion. El novato, temiendo molestar, con la timidez propia de todo indio provinciano, se escusó y no hubo medio de hacerle entrar.
Palabra del Dia
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