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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Primero su extremada timidez le impidió darse cuenta de la conducta de la dama. Pensaba que aquellos saludos afectuosos, aquellas sonrisas no eran más que la expresión de una súbita simpatía que su orfandad había excitado en ella.
Luego de estas explicaciones quedaron los dos en silencio, agarrados a la reja, sin que sus manos osaran encontrarse, mirándose de cerca a la luz difusa de las estrellas, que daba a sus ojos un brillo extraordinario. Era el momento de mutua contemplación y silenciosa timidez de todos los amantes que se ven después de una larga ausencia. Rafael fue el primero en romper el silencio.
Hacía ya dos años que guardaba el cuaderno, y nunca se atrevía a entregárselo al doctor. A menudo, en su timidez y su desesperación, llamaba a la muerte. Cuando se muriese, el doctor leería de seguro lo que ella había escrito. El doctor no sospechaba nada. Todas las noches, a las diez, se iba al restorán Babilonia y no volvía hasta el amanecer.
Entonces la niña le miró maravillada, tan llena de admiración, que él, otra vez con acento ardiente, le volvió a decir: ¡Qué buena eres... y qué hermosa! Te quiero mucho, Carmencita, ¿me quieres tú algo? Haciendo esfuerzos por serenarse, balbució ella con timidez encantadora: Algo, sí....
Esta gran revolución no ha llegado á su augusto apogeo, no ha llegado al punto supremo de justicia: ha sido hasta ahora un paso tan sólo, el primer paso. ¿Nos detendremos con timidez asustados de nuestra propia obra? No: estamos en un intermedio horrible: la mitad de este camino de abrojos es el mayor de los peligros.
Habiéndose adelantado el clero á traer á la tierra lo sobrenatural, no temieron los legos representar, empleando las imágenes y las palabras y sin miedo á profanaciones vituperables, los augustos misterios de la fe; vasto campo se abría por este camino al arte y á la poesía española, que podía hollar confiada, al contrario de lo que sucedía en otras naciones, que sólo podían recorrerlo con timidez, no revistiendo el culto de formas extrañas tan perceptibles.
La pudibunda timidez del padre Juan, el horror que le inspira la idea de turbar la paz de las conciencias y su amor al orden y al sosiego, no consienten que perciba ni que ponga en claro con toda nitidez el vago y maravilloso concepto de Dios, que ha surgido en su alma, que la arrebata en el éxtasis y que la enamora sobrenatural y ultramundanamente.
Siendo al fin más fuerte que su timidez su apetito de charlar, rompió el silencio de esta manera: «Señorita, ¿se cansa usted de esperar?... Todo sea por Dios. No hay más remedio que conformarse con su santa voluntad». Pero como su ánimo no estaba para vanidades, fijó toda su atención en las palabras consoladoras que había oído, contestando a ellas con una mirada y un hondísimo suspiro.
Cuando la joven se vió bajo los árboles, Fernando atravesaba ya la verja, haciéndose de nuevas ante el portero, al saber que la señora no estaba en casa. Venía á visitarla y á enterarse de paso de cuándo regresaría don José de su viaje; pero ya que la señorita estaba en el jardín, pasaría á saludarla. Los dos jóvenes quedaron indecisos, con la emoción de la timidez, al verse frente á frente.
No sé qué perverso afán de sitiarla, de oprimirla, de acorralarla en la última reserva. Quería vengarme de aquel prolongado silencio impuesto primero por la timidez, luego por consideración, más adelante por respeto y últimamente por piedad. Aquella máscara que llevaba puesta hacía ya tres años se me había hecho insoportable y la arranqué sin reparo.
Palabra del Dia
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