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Actualizado: 14 de octubre de 2025
Se atusó el áspero bigote, tosió con fuerza, se acordó de las asonadas del cuarenta y del cincuenta, de las formaciones en que lucía el gallardo cuerpo, hasta de las barricadas, y recobrando el pasado ardimiento, cogió a la hechicera avispa las manos, que ella tuvo buen cuidado en no retirar. Oye le dijo , gachoncita, pimpollo, ¿me tendrías miedo?
Por otra parte, hija mía, ¿cuántos disgustos, desvelos y cuidados no vendrán sobre ti con el matrimonio? Quiero prescindir de que tu marido acaso sería pobre; y si era también torpe y holgazán, tendrías que matarte trabajando para mantenerle; y quiero prescindir de los sobresaltos y penas que te darían tus hijos, si los tenías.
» Una muy grande repliqué sonriendo a pesar mío. » ¿No te quejabas estos días atrás de que en nuestro viaje sería molesta para nosotros la presencia de mi padre? Al decir eso bien tendrías el propósito de que viajásemos solos los dos día y noche... » Sí; pero contaba con que estuviéramos ya casados para entonces.
Tendrías que cantarle el motivo. Se lo cantaré... vaya. Bonita escandalera armarías... Nada, hija, que la trampa te la ponen donde quiera que vayas, y ¡pum!... ídem de lienzo. Pues ea... no me casaré dijo la novia en el colmo ya de la confusión. ¡Quia! Por tonta que te quieras volver, no harás tal... ¿Crees que esas brevas caen todos los días?
Mirad los tiernos pimpollos, mirad cómo al influjo de esa fuerza misteriosa desarrollan las menudas florecillas sus primeras galas, cómo se atavían las margaritas mirándose en el espejo de aquel arroyo, cómo se acicalan... Cállate... Pues no tendrías precio para catedrático... Para catedrático poeta, que es la calamidad de las aulas.
¡Oh, cállate, Rodolfo! ¡Cállate! y posó sus labios sobre los míos. Si yo no volviese murmuré, tendrías que ocupar mi puesto, porque entonces tú serías la única representante de nuestra casa. Tu deber entonces sería reinar, no llorarme. Irguióse con toda la majestad de una Reina y exclamó: ¡Sí, lo haría! ¡Ceñiría la corona y representaría mi papel! Pero ¡ah! mi corazón moriría contigo...
Chico, no he venido a que me echases las cartas y me adivinases el pensamiento. He venido, óyelo bien, a impedir ese matrimonio. Por todos los medios; por las malas, si no lo logro por las buenas. ¿Por las malas, señora? ¿Qué puede temer un siervo de Dios? Si tú fueras solamente un siervo de Dios, quizás no tendrías nada que temer.
Yo siempre he estimado a Rudesindo balbució el propietario. ¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué decía usted? gritó don Feliciano con triunfal exaltación. Que usted siempre ha estimado mucho a don Rudesindo, ¿verdad, mi queridín? ¿Ha dicho usted eso? Sí, señor. Yo, ¿por qué? dijo el fabricante abriendo ansiosamente los ojos. ¿Tendrías por casualidad deseos de herirle? Ni de hacerle el menor daño.
¡Si no la conoces! No importa, la quiero ya como si la conociese. ¿Tendrías gusto en ser hermana política de la sobrina de una estanquera? preguntó el joven con malicia. ¡Ya lo creo! repuso Julia poniéndose seria. Si es buena y bien educada, ¿por qué no?... No vayas a pensar que yo me detengo por eso dijo Miguel, poniéndose también serio.
Esto, por otra parte, a ti te estaría bien, hermano Mohamad, pues así tendrías esperanzas de recobrar tu collar por el buen afecto de la esclava; pues te advierto, hermano mío, que faltando de tu familia esta joya maravillosa, este talismán de tanta virtud, tarde o temprano ha de perder el imperio. Pero volvamos a Híala.
Palabra del Dia
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