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Mientras la turba estudiantil iba y venía buscando nidos en los árboles, o, vigilada por el Padre Rector, jugaba al salta-cabrillas, yo me tendía en la hierba, y dejaba que mi pensamiento volara más allá de la populosa ciudad, más allá del obscuro lago de Texcoco.

Tomé maquinalmente la mano que me tendía, una mano pequeña, fina y fresca, cuya frialdad me dio la noción de que la mía abrasaba. Estábamos tan cerca que distinguí con toda exactitud sus facciones y me espantó la idea de que a su vez debía verme como yo a ella. ¿Le hemos causado miedo? añadió.

El capitán se imaginaba sus embarcaciones hechas con troncos de árboles apenas desbastados, movidas á remo, ó más bien á golpe de pala, sin otro auxilio que el de una vela rudimentaria que sólo se tendía al soplo franco de popa.

lo que ha hecho Carlos de Navarra, y cómo mientras con una mano recibía los cincuenta mil soberanos de oro convenidos á cambio de dejarnos libre el paso de la frontera, tendía la otra mano á Don Enrique el de Trastamara ó al rey de Francia, recibiendo en ella rica compensación por disputarnos la entrada.

Tuvo que responder con graves saludos á las presentaciones que iba haciendo su sobrino, y estrechó la mano que le tendía el conde con aristocrática dejadez. Los enemigos le consideraban con benevolencia y cierta admiración al saber que era un millonario procedente de la tierra lejana donde los hombres se enriquecen rápidamente.

Leonora hacía esfuerzos por contener su risa de niña, al sentirse con los pies apresados por las marañas de juncos y recibir las duras caricias de las ramas que se encorvaban al paso de Rafael, y recobrando su elasticidad la golpeaban el rostro. Pedía auxilio con apagada voz, y Rafael, riendo también, la tendía la mano, arrastrándola hasta el pie del árbol donde cantaba el ruiseñor.

En lugar de aceptar la mano que le tendía, se levantó con un gesto lleno de dignidad y de dolor, que puso además de relieve toda la opulencia de su cuerpo, y se dirigió hacia la puerta sin volver la cabeza, como una reina ultrajada por el último de sus súbditos. El viejo cayó en el lazo. Corrió hacia ella y balbuceó algunas palabras de excusa.

Tendía ya la mano para asir la brida de uno de ellos, cuando recibió en la cabeza fuerte pedrada que lo derribó aturdido.

El tiempo mejoraba; la marea comenzaba a subir; las olas verdes y mansas iban cubriendo las rocas, y avanzaban cada vez más cerca de nosotros; el agua entraba por las aberturas de la proa del Stella Maris, se tendía por el plano inclinado de la cubierta y se retiraba con un suave murmullo.

Esta pobre mujer, después de tantas experiencias, aún no había escarmentado y seguía cayendo inocentemente en los lazos que para reirse de ella le tendía aquél. Ahora la querella se había producido porque Antonio la había llamado en son de desprecio femenina. Oye, guasón, á no me digas eso respondió María, preparada á encolerizarse.