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Allá en su casa de la costa, antes de que se elevase el sol ya tenía él en el fondo de la barca con qué comer toda una semana. ¡Miseria de las ciudades! De pie en los últimos peñascos de la escollera, tendía la vista sobre la inmensa llanura, describiendo á su sobrino los misterios ocultos en el horizonte.

El heno colgaba de los árboles, entonces despojados de hojas, se enredaba en las columnas de madera de los corredores, formaba cortinas en las puertas, se tendía como alfombra en el patio, y cubría casi enteramente las rústicas mesas. Tal adorno es el favorito en estas fiestas del invierno en todas partes.

Mientras Susana le miraba compasiva, el filósofo recorría la pieza, metiendo las narices, estirando el hocico, con movimientos de cabeza más de desdén que de asombro. A veces, tendía la mano para palpar un objeto, pero se contenía. No temas, Nanita decía, ya que esto se llama mírame y no me toques.

Nunca creía el público que estaba bastante cerca del toro. «¡Hay que arrimarse más!» Y cuando él, dominando con un esfuerzo de voluntad su organismo, que tendía a rehuir el peligro, conseguía matar un toro como en otros tiempos, la ovación no era igualmente ruidosa. Parecía haberse roto la corriente de entusiasmo que le unía antes con el público.

M. L'Ambert aceptó, con el humor que pueda suponerse cualquiera, la mano que le tendía su rival, y se hizo conducir al faubourg Saint-Germain en compañía de sus dos amigos. DONDE DEFIENDE EL NOTARIO SU PELLEJO CON MÁS

Dorotea era violenta; tenía, como la mayor parte de las gentes poco instruídas de aquel tiempo, ideas sumamente supersticiosas; ya, por alguno de sus amantes, la había visto el bufón recurrir á los medios reprobados de bebedizo, de los conjuros, de las hechicerías; si la superstición de Dorotea llegaba hasta el punto, como no era difícil, de querer adquirir la mentida ciencia de la adivinación y de los sortilegios, podía suceder que la Inquisición, implacable con todo lo que tendía á empañar la fe de la religión, se apoderase de ella.

Jacques, los ojos húmedos por la emoción, tomó la blanca mano que Beatriz le tendía e intentó llevarla a sus labios, pero ella la retiró suavemente: ¡Cuidado!... dijo ; si cree que debe darme las gracias, démelas usted más tarde... Se nos vigila, muy de cerca cuando estamos en este sitio... y le suplico que no traicione nuestro secreto hasta tanto que haya puesto en antecedentes a... mi bienhechora dijo la señorita de Sardonne con una sonrisa de extraña amargura al pronunciar esta última palabra.

Nébel, que había descendido del estribo, afligido, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía, con el cuerpo casi fuera del coche. Nébel había llegado tres días atrás de Buenos Aires, donde concluía su bachillerato. Había permanecido allá siete años, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mínimo.

Gallardo sentíase turbado por la presencia de la señora. ¡Qué mujer! ¿Qué iba a decirla?... Vio que ella le tendía la mano, una mano fina que olía a gloria; y en la precipitación del aturdimiento, sólo supo apretarla con su manaza que derribaba fieras.

Juan Montiño demostraba, no sólo que era valiente y bravo, sino que su destreza era maravillosa. El alférez se tendía de risa, y cuando Montiño, tras una doble parada difícil, sacudía dos cintarazos, aplaudía. De repente vió un resplandor vivo, y sonó una detonación.