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Actualizado: 19 de junio de 2025


Todos los días dedicaba un par de horas por la mañana, y otro por la tarde, a tirarse a fondo, que fué lo único que le permitió hacer el profesor en los dos primeros meses. El resultado notabilísimo de este ejercicio fué que al cabo de algún tiempo no sabía si sus piernas eran verdaderamente suyas o de otro bípedo racional como él.

»Tantos rodeos para comenzar y los muchos días que llevas sin recibir noticias suyas, te habrán hecho temer que aquí sucede algo grave: desgraciadamente, no hay más remedio que decírtelo. Ha pasado el peligro, pero ha sido grandísimo: unas viruelas espantosas. »En cuanto a su vida, puedes estar tranquilo; los médicos la han salvado.

En las poesías compuestas con ocasión de la muerte de Montalbán, en 1639, hay algunas suyas. En la Biblioteca del duque de Osuna se conserva manuscrita su comedia La más heróica fineza y fortuna de Isabel, con su firma, y la licencia de 1668.

Luego poniéndose seria y tomando de improviso los puños de Juan: ¡Muéstreme usted sus manos, estoy cierta que se ha quemado! Algunas manchas blancas aparecían, en efecto, estirando las manos que María Teresa tenía entre las suyas. No es nada dijo Juan, un cristalero viejo sabe jugar con el fuego.

Vera Tassis asegura ser también suyas algunas otras y muy particularmente La Virgen de Madrid. El condenado de amor. El sacrificio de Efigenia, y Los desagravios de María. Con arreglo, pues, á estos datos, el número total de las comedias de Calderón que, en virtud de sólidas razones, han de considerarse verdaderamente suyas, asciende á 121.

Y dando con esta pregunta por terminada la carta, firmóla como Antonio Pérez las suyas a milady Richs: «Perro desollado de vuestra señoría, Diógenes.» «P. D. Un beso a Monina.» Y aquí se detuvo otra vez perplejo, meneó lentamente la gran cabezota, y su rostro granujiento tomó una expresión indefinible de ternura y de tristeza.

El día de Carnaval, Joshé Cracasch tuvo una idea de las suyas y fué convencer a su discípulo para que sacara los trajes de su madre y de una hermana. Se disfrazarían los dos y darían a la familia Arizmendi una broma graciosísima. Ahora que se van a reir decía Cacochipi en su interior.

Volvió la bestia al gabinete, y desde allí llamó con voz fuerte: «¡Isidora, Isidora!». Y viendo que esta no acudía, salió otra vez al pasillo y dijo en tono más humanitario: «No llevemos las cosas hasta el último extremo. Riquín está malo. Puedes quedarte aquí hasta mañana». Pero Isidora iba y venía recogiendo algunas cosas enteramente suyas. «Quédate, mujer, quédate hasta mañana».

Allí estarían ya, dejando escapar las suyas, recientemente adquiridas, el mozuelo imberbe, más cargado de vicios que de años, y el viejo disipado centelleando lascivias y torpezas por sus ojuelos lacrimosos, y mascullando obscenidades entre los pedruscos de su dentadura postiza.

El ansia por saber de Pepe pudo al fin más que el amor propio, y pensó que la escena no podía prolongarse arriba de unos minutos. Ese caballero tiene un hijo que está en el Norte, ¿verdad?... ¿Sabe Vd. si se han recibido noticias suyas? señora, esta mañana precisamente: como que aluego de recibir la carta se quedó don José más tranquilo que está esa criatura.

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