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Actualizado: 2 de junio de 2025


No pesaba más que un ramo de flores, pero el capellán juró y perjuró que parecía hecha de plomo. Aguardaba el ama en pie, y él se había sentado con la chiquilla en brazos. Déjemela un poquito... suplicó . Ahora, mientras duerme.... No despertará de seguro en mucho tiempo. Ya la llamaré cuando haga falta. Ama, váyase.

De todas las ciencias, ésa es la sola que yo desearía tener hoy. Pero, ¡ay de ! no la poseo, y la prueba es que, a pesar de mis anhelos, no la puedo curar y es necesario ceder a otro esa gloria. »En efecto, hizo ir de Nápoles a un sabio médico y Carlos me suplicó que le obedeciese, atribuyendo a sus conocimientos el cambio favorable que entonces experimenté.

Pero a ti no te aborrezco, Máximo... Más bien te estimo. No puedo acceder a su ruego. Por segunda vez, Máximo, olvidando todo resentimiento, casi, casi deseando tu amistad, te lo suplico... Déjala. MÁXIMO. Imposible. Bien, bien... Me lo has negado por segunda vez... No tengo más que dos mejillas. Si tres tuviera para recibir de tu mano tres bofetadas, por tercera vez te pediría lo mismo.

En nombre de la conciencia humana y del genio de nuestro país, suplico á España que importe en buen hora la costumbre del café cantante; nada más natural que se recree y se civilice oyendo cantar en un café, quien no puede ir al teatro: esto tiene una gran influencia moral, puesto que levanta el sentimiento de la clase trabajadora, y la da decoro, porque la da estimacion de misma, y la separa de hábitos viciosos, únicos donde antes hallaba la satisfaccion de ciertos goces, goces que son la recompensa inevitable de muchas horas de fatiga: traiga en buen hora un recreo digno y moralizador; pero de ninguna manera el payaso; de ninguna manera la sátira.

De modo que esto ¡se acabó! ¡Se acabó para siempre! ¡Oh, qué injusticia! ¡Dios mío! ¡qué injusticia! Querida hija mía repuso Jacobo , retírese, se lo pido... ¿supongo que no tratará de quitarme la calma en este momento? ¿No es cierto?... Decidle a mi madre también, que le suplico que sea razonable, que no hay ni la sombra de un peligro, ni la sombra... si quiere dejarme tranquilo.

Durante el viaje había sido un excelente compañero, admirando por su cuenta y riesgo, y hablando poco. ¡Ah! ¡si nos contara, señor! suplicó la joven de las águilas. No tengo inconveniente asintió el discreto individuo. En dos palabras y en los mares del norte, como el María Margarita del capitán encontramos una vez un barco a vela. Nuestro rumbo viajábamos también a vela nos llevó casi a su lado.

Iba Raúl a meterse en el barco cuando ella apoyó la mano en su hombro y le dijo gravemente y con una firmeza que cuadraba mal con su fino y vaporoso perfil de rubia: Quiero creerte y te creo; pero te lo suplico, no abuses de mi credulidad y de mi paciencia, pues ahora tengo un hijo a quien defender, y le defenderé. ¿Amenazas? No, una advertencia.

Asimismo conoció el pergamino, y alegre sobremanera con el ofrecimiento de los mil escudos, respondió: Señor, la prenda que queréis quitar está en casa; pero no está en día la cadena ni el pergamino con que se ha de hacer la prueba de la verdad que yo creo que vuesa merced trata; y así, le suplico tenga paciencia; que yo vuelvo luego.

La única mujer que iba entre ellos era María. En vano don Mariano, con lágrimas en los ojos, suplicó al jefe de la fuerza que le permitiese llevarla en un coche. Al fin se dio la orden y el teniente emprendió la marcha con los presos. Don Mariano no quiso dejar a su hija.

A lo que dijo don Quijote: -Caballero andante he de morir, y baje o suba el Turco cuando él quisiere y cuan poderosamente pudiere; que otra vez digo que Dios me entiende. A esta sazón dijo el barbero: -Suplico a vuestras mercedes que se me licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me da gana de contarle.

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