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Actualizado: 2 de mayo de 2025
¡Cómo! ¿Magdalena? exclamaron a un tiempo el doctor y Antoñita. Sí. En dos palabras van a conocer a ese hombre: Amaba a Magdalena; él mismo lo confesó y hasta me suplicó que la pidiese para él en matrimonio, precisamente el mismo, día en que acababa usted de concederme su mano. ¡Pues bien! hoy ama a Antoñita como había amado a Magdalena y como había amado a otras diez.
¿Aún más? exclamó el presidente . ¿Usted también quiere decir algo? Puesto que usted ha permitido hablar al señor adjunto del fiscal... ¿Usted tiene que hablar también? preguntó con ironía el presidente . Bueno, está usted en su derecho. Pero le suplico que sea lo más breve posible.
De pronto saltó desde el portalón á la cubierta una india, preguntó por el capitán, y una vez en su presencia le suplicó la llevase á España, ofreciéndole doscientos pesos por su pasaje.
Es un poco sorda. Y ella por su parte: Le suplico que hable algo más alto. Es un poco teniente.
Te lo suplico por última vez... Voy á morir; adivino que mi fin está próximo si tú no me tiendes una mano; presiento la venganza de los míos... ¡Guárdame, Ulises! No me dejes volver á tierra: tengo miedo... ¡Tan segura que me sentiría aquí, á tu lado!... El miedo, efectivamente, se reflejó en sus ojos al recordar los últimos meses de su vida en Barcelona.
Así fue que cuando se le ofreció por yerno, el buen padre enmudeció, profundamente conmovido por el gozo que sintió en su corazón, y sólo suplicó a Stein cogiéndole la mano, que por Dios se quedasen a vivir en la choza; en lo que consintió Stein de mil amores.
Cuando después de rodar por anchas y magníficas calles se detuvo el simón frente a la fonda de la Alavesa, saltó Lucía al suelo ligera como una perdiz, diciendo al comisionado: Suplico a usted que me ayude a bajar a esta señorita, que viene enferma.... Pero fijándose de pronto en la cara de aquel hombre, exclamó dando una gran voz: ¡Sardiola!
¡Ah, Marta, querida Marta, perdóname! suplicó la joven asustada echando los brazos al cuello de su aya y poniéndose a llorar sobre su pecho . He hecho mal. Seréis despedida, y yo moriré de pena y de dolor. No, no; tranquilízate, querida Elena dijo la viuda prodigándole sus caricias para calmarla . Habla. ¿Qué ha sucedido? Federico, Federico estuvo en el jardín...
Como alucinado, él la miró, y en la turbación, en la emoción visible de su amada, lee la confesión que sus labios no se atreven a pronunciar. Enloquecido, la atrae hacia sí en un movimiento apasionado. ¡Será posible! ¡María Teresa, le suplico, hable! dígame que soy yo... ¿es posible? ¡yo!... ¡yo!
A lo cual respondió el caído: -Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras órdenes. -Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia? ¿Quién, señor? -replicó el caído-: mi desventura.
Palabra del Dia
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