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Hoy en vez de una estrella fugitiva Ves brillar una flor nitida y viva De perfume inmortal, Que no ha de marchitar el cierzo helado Si del materno seno enamorado Tiendes sobre ella el cándido cendal. No conozco aun á tu hijo, mas soy padre, Y al través de los ojos de su madre Le miré con amor, Como al través de un rayo luminoso Desprendido de un cielo magestuoso Suele verse á lo lejos una flor.

Y te amo mas que á las hermosas flores Cuyo grato perfume nos embriaga, Mas que á la brisa que la frente halaga Del estío en los cálidos rigores. Yo te amo, por tu gracia y gentileza, Por tus ojos azules como el cielo, Por tus cabellos que cual aureo velo, Tiendes sobre tu angélica cabeza.

Te lo suplico por última vez... Voy á morir; adivino que mi fin está próximo si no me tiendes una mano; presiento la venganza de los míos... ¡Guárdame, Ulises! No me dejes volver á tierra: tengo miedo... ¡Tan segura que me sentiría aquí, á tu lado!... El miedo, efectivamente, se reflejó en sus ojos al recordar los últimos meses de su vida en Barcelona.

afirmas la tierra y difundes la claridad por entre las nubes. Cielo y tierra te miran temblando a ti que los criaste. De tu radiante cabeza nace la aurora. Sobre las aguas que engendraron la luz primera y que se precipitan en el abismo, tiendes la serena mirada.

Salve, blanca paloma de inocencia, Que por primera vez tiendes el ala, Y cuyo pico, que pureza exhala, De la vida en el cáliz á beber; Vuela, tiende tu cuello blandamente, Para que no se agite la onda pura, Que levantando la hez de la amargura Te ofrecerá veneno en vez de miel.