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No penetro, sin embargo, lo que puede ser este fin; pero los móviles que a él te llevan son generosos, admirables, dignos de tu alma. Sidarta mío, aun cuando fuese errada la dirección que llevas, es tan noble el impulso que por ella te ha lanzado, que, lo presiento con orgullo, las generaciones futuras por siglos y siglos habrán de bendecirte y ensalzarte como al más glorioso de los hombres.

¡Vos amáis! ¡amáis por la primera vez! dijo Quevedo con acento sonoro, seco, vibrante, solemne. ¡Oh! ¡! ¡yo creo que ! ¡yo estoy loca! exclamó Dorotea. ¡Misterios del espíritu! murmuró Quevedo ; ¡no nos comprendemos! ¡la ciencia escrita! ¡mentira! ¡la ciencia permanece oculta! ¡yo adivino, yo presiento... porque veo... observo... y me asombro! ¿De qué os asombráis? De mismo.

Doña Luz, sonriendo y suspirando a la vez, contestó entonces: No era la preocupación por tu suerte la causa de mi tristeza: era mi egoísmo que al cabo lograré vencer. Presiento que vas a ser dichosa y esto me alegra; pero tengo celos por tu amistad. ¿Por qué no confesarlo? La única persona a quien poco a poco he ido confiando mi corazón y dando todo mi cariño, eres .

Me agrada esa cripta de la iglesia grande: allí presiento mejor el alma sagrada, el espíritu presente de nuestros maestros, su enorme, su sublime esfuerzo, á la par que la audacia inmortal de los viajeros salidos de aquel sitio. Doquiera que estén sus huesos, ellos se ostentan en el Museo reproducidos en valiosos tesoros, tesoros que pagaron con la vida.

Sin embargo, cualquier día esta corteza rústica, formada por el sol y el aire de los huertos, se romperá en mil pedazos y volverá a aparecer la de siempre, la walkiria. ¡A caballo en seguida! ¡A galopar otra vez por el mundo, entre la tempestad de placeres, aclamada por el coro del deseo brutal!... Presiento que esto va a ocurrir.

Al pensar don Braulio en esto decía siempre para : «¿Por qué me casé con ella?» Y él mismo se contestaba lo que ya decía en la carta a Paco Ramírez: «Yo la amaba, y esto lo explica todo; ella me ha amado, quizá me ama todavía; su amor, aunque hubiera sido sólo de un día, compensa todos los males que presiento y que en adelante pueden sobrevenirme

Ahora que presiento una desventura, veo que es pecado lo que yo no creía que lo fuese. Yo misma me examino, me juzgo y me condeno. Mira, Paco: yo he creído que un hombre me amaba, y, aunque no pagaba su amor, me complacía y me enorgullecía de que me amase. Su amor estaba de tal suerte refrenado por el respeto, que jamás se mostró en palabras. Yo le adivinaba; no le veía.

Porque tu amor es mi vida, y quiero vivir, quiero vivir, para amarte, para verte dichoso. ¿Quieres que yo misma aumente mis penas? ¿Quieres que te olvide? ¡Si no puedo, si no puedo!... Déjame vivir engañada; deja que tu Angelina se crea dichosa. Presiento el desengaño, lo veo venir. ¡Qué negro!

Mas ya, ¿quién pondrá en mis manos su pan y el de sus hermanos? ¡Ay, Señor! que en mi profundo dolor presiento males prolijos; que en este afán angustioso, lloro, más que por mi esposo, por el padre de mis hijos

Entonces pienso que todavía me quedará una fuerza para ejercer, la fuerza extrema: el perdón. Presiento que no me costará hacerlo, y eso es malo, pues si me costara, habría en ello mayor mérito. Pero él puede hacer de lo que quiera, con tal de que no niegue todo y siempre... »¡Ah, esa risa...!»