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Actualizado: 16 de mayo de 2025
El público se impacientaba, silbando e insultando al matador; éste iba detrás del toro, siguiéndole en sus movimientos de un lado a otro de la plaza, sabiendo que si entraba a matar derechamente sería él el muerto; hasta que, al fin, sudoroso y fatigado, aprovechó una ocasión para acabar con él por medio de un golletazo traidor, entre el escándalo de la muchedumbre, que arrojaba botellas y naranjas. ¡Una vergüenza este recuerdo!... Gallardo acabó por creer de tan mal agüero como el encuentro con la tuerta el permanecer en el despacho contemplando la testa de aquel bicho fatal.
Venía la pobre mujer sofocadísima del veloz correr por las calles; apenas podía respirar, y su rostro sudoroso despedía fuego, sus ojos alegría. «Me han dado tres dijo mostrando las monedas , una en cuartos. No he tenido poca suerte en que estuviera allí Valeriano; que a llegar a estar el ama, la Reimunda, trabajo que costara sacarle dos y pico».
A la vez que refunfuñaba con singular vivacidad, abrió la puerta de la sala y, en vez de responder al saludo, al alegre saludo y las preguntas premiosas de la condesa, se dejó caer en una silla exhalando un suspiro. ¡Dios mío! ¿qué os pasa, mi buen Mathys? exclamó la condesa , ¡qué sudoroso y pálido estáis! Dejadme respirar, dejadme reponer del susto mortal que he sentido.
Jadeante y sudoroso, volvió a su cuarto, desnudóse apresuradamente y se metió en la cama. ¡Morro, ma vindicato Si, doppo lei morro!
Cuando veían al danzarín congestionado y sudoroso por los saltos, extremando sus esfuerzos para seguir adelante, llegábanse a él, tirándole de un brazo para apartarlo. «¡Déixamela!» Y ocupaban su puesto sin más explicación, saltando y acosando a la hembra con el empuje de su frescura, sin que ella pareciese percatarse del cambio de pareja, pues continuaba sus vueltas con la vista baja y el gesto desdeñoso.
El labio superior de Cora, sudoroso bajo los polvos de arroz, siempre cubierto de un rocío de salud, le disgustaba como el hocico de una hermosa bestia de grosera vitalidad; su empalagosa charla, siempre girando sobre las modas, los apuros pecuniarios o las ridiculeces de las amigas, acabó por causarle náuseas. Además, en aquello no había amor, ni capricho siquiera.
Todos somos iguales, todos estamos perfectamente contentos, porque todos hemos aprendido esa dificilísima lección de amor fraternal. Y acercó la única silla que había para que me sentara, pues estaba sudoroso y cansado después de esa larga caminata y escarpada ascensión desde la ciudad al convento. Es una vida muy dura, ciertamente observé. Al principio, sí.
Cuidábale con exquisitas dulzuras de sierva enamorada; le seguía en sus excursiones a Leipzig, a Ginebra, a París, en primavera, época de los grandes conciertos; y ella, la famosa artista, permanecía entre bastidores sin sentir la nostalgia de los aplausos, aguardando el momento en que Hans, sudoroso y fatigado, abandonaba la batuta entre las aclamaciones de la muchedumbre wagneriana, para enjugarle la frente con una caricia casi filial.
Y montó en el cochecillo, nervioso e impaciente, con el deseo de llegar cuanto antes a casa para dejar a la familia y correr en busca del infalible protector. Juanito no tuvo tanta presencia de ánimo. Pálido, sudoroso, hablando y gesticulando como un sonámbulo, casi echó a correr sin despedirse de la familia.
Al sentarse, sudoroso, conmovido, restregándose con fuerza el congestionado rostro, los compañeros del banco le felicitaron, tendiéndole las manos. «Era todo un orador; debía lanzarse; hablar más; tenía condiciones». Y del banco de abajo venía el mugido del ministro: Muy bien, muy bien. Ha dicho usted lo mismo que hubiera dicho yo.
Palabra del Dia
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