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Actualizado: 10 de junio de 2025


Lo mismo que la vez anterior, dió varias vueltas en torno de él con la cara oculta. Al fin se decidió á subir á una de las piernas extendidas del coloso. Entonces pudo darse cuenta de que el visitante era más grueso que Popito y se balanceaba á cada paso.

Las señoras ahogaron un grito y quedaron mudas y pálidas. Las paredes del agujero eran sombrías, desiguales y destilaban agua. En cada departamento de la jaula un minero sujetaba, con su mano trémula de modorro, una lámpara. Todos, menos el director y los mineros avezados a subir y bajar, sentían cierta ansiedad en el estómago.

Con estas filosofías de Chisco y las intemperancias de Pito Salces, acabamos de subir una ladera de suelo escurridizo, y nos vimos al comienzo de una ancha sierra que descendía en suaves ondulaciones hacia nuestra izquierda. Atajábala por allí el frontispicio pedregoso de un alto monte que la dominaba en toda su longitud, y estaba separado de ella por una barranca.

La vida es lo que duele y lo que enseña... La muerte para los buenos... para los perversos, lógica, lógica». Apenas se había acabado la tocata, entró doña Casta a decirle: «Maxi, la señora de Quevedo me ha llamado por la ventana del patio para decirme que le mande a usted subir un momento.

En vez de seguir la cañada de las minas para subir por la escalera de palo, se apartó de la hondonada por el regato que hay junto al plano inclinado, con objeto de subir a las praderas y marchar después derecha y por camino llano a Aldeacorba. Este camino era más bonito y por eso lo prefería casi siempre.

Supóngase, y esto baste, que muerto su padre, en cuanto llegó á Madrid, y solo en el mundo, se dedicó á gacetillero, á repartidor de prospectos..., á padre de la patria, á cualquiera cosa; pues por todos estos escalones y otros mil idénticos, hemos visto subir á otros muchos hasta la altura en que habitaba oficialmente el amigote de don Silvestre.

De vez en cuando se detenía un instante, daba un apretón de manos, y cambiando con el conocido que tropezaba cuatro palabras en tono familiar y desenfadado, seguía su camino. Era temprano aún. Antes de llegar al Banco se le ocurrió subir a casa de su amigo y compariente Calderón.

Le había acompañado en un viaje y por cierto que Simoun se había mostrado muy amable con él contándole la vida que se lleva en las Universidades de los paises libres: ¡qué diferencia! Plácido le siguió al joyero. ¡Señor Simoun, señor Simoun! dijo. El joyero en aquel momento se disponía á subir en un coche. Así que conoció á Plácido, se detuvo.

Y era tanta la ligereza, la volubilidad de su divagación, que le pareció subir oscilando, suavemente, como la Virgen, bajo una claridad de gloria. La trajo a la realidad, de pronto, un gemido de Raquel. Acudió corriendo, sobrecogida por una compasión inenarrable. Encendió la luz.

Acaba de subir a la cubierta, y ya van saliendo del fumadero sus adoradores... ¡Saludo a la pasajera más hermosa de todo el buque! Nélida dilató los frescos labios, contestando con su sonrisa felina a la genuflexión versallesca de Isidro. Luego pasó ante «el banco de los pingüinos» irguiendo su aventajada estatura, desafiando con su mirada cándida el enojo de las imponentes señoras.

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