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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Sonaba el fuerte herraje de los cierres, y la bestia se veía sumida en la obscuridad y el silencio, prisionera en un pequeño espacio donde sólo le era posible acostarse sobre sus patas.
Y más allá del círculo rojo trazado por las llamas, en el muro de sombras temblonas tras las cuales estaba lo desconocido, brillaban ojos coléricos, sonaba el rechinar de las uñas al afilarse, estallaba el gruñido de las bestias hambrientas, cegadas por tanto resplandor.
Cesó el estertor, como si se cerraran los escapes de aquella locomotora que sonaba a lo lejos; y al quedar la alcoba envuelta en un silencio fúnebre estallaron sollozos y lamentos en toda la casa. Hasta Visanteta y la remilgada criadita lloriqueaban en la cocina al pensar que no verían más al señorito campechano que alternaba con ellas, complaciéndose en obedecer sus mandatos.
Sentado junto al brasero, con la mirada fija en las vigas de la techumbre, Ramiro soñaba. La puerta que daba a la galería se abrió muy despacio y una figura enlutada entró en la habitación. Era su madre. Las tocas monacales, adheridas con ventosas a la frente, ocultábanla los cabellos; su rostro desprendía luminoso blancor. Era ya el ser sin carnalidad, sin escoria.
Yo no me parecía apenas nada a mi padre, y nuestras sombras sí, muchísimo: este bigote, este movimiento de la boca, esta línea de la frente... y esta manera de levantar el pecho al dar este suspiro..., todo ello es como lo vi mil veces, en el lecho de mi padre, de noche también, mientras él leía o meditaba, y acurrucado junto a él yo soñaba despierto, contento, con voluptuosidad infantil, de aquella protección que tenía a mi lado, que me cobijaba con alas de amor, amparo que yo creía de valor absoluto. ¡Padre del alma! ¡Cuánto me habrás querido!» se gritó por dentro....
Allí donde se reunía la gente sonaba la guitarra, soltándose cada seguidilla y cada martinete que a Dios le temblaban la carne de gusto... Si entonces hubiese aparecido Fernando Salvatierra, el amigote de tu padre, con todas esas cosas de pobres y ricos, de repartos de tierras y rivoluciones, le habrían ofrecido una caña y le hubieran dicho: «Siéntese su mercé en el corro, camará; beba, cante, eche un baile con las mocitas si en ello tiene gusto y no se haga mala sangre pensando en nuestra vida, que no es de las peores»... Pero los ingleses apenas nos beben: el dinero entra con menos frecuencia en Jerez, y se oculta de tal modo el condenado, que nadie lo ve.
El nombre de éste sonaba sin cesar en el silencio del crepúsculo, acompañado de toda clase de insultos. ¡Baixa, cobarde! ¡Asómat, morral! . ¡Baja, cobarde! ¡Asómate, morral! Y la barraca permanecía silenciosa y cerrada, como si la hubiesen abandonado.
Llegose el portugués a Su Excelencia que efectivamente dormía, y díjole en su lengua: No haga caso Su Excelencia de que está en Junta, que es llegado el momento de hablar. Soñaba a la sazón Su Excelencia que se le venían encima todos los ejércitos de la reina, y volviendo en sí de su pesadilla con dificultad: ¿Hablo yo? dijo; vamos a ver.
La puerta del entresuelo tenía mampara de hule, que al abrirse hacía sonar un timbre. Fortunata había estado allí en los días que precedieron a la inauguración de la tienda, y recordaba perfectamente todo. No había que llamar, sino que se empujaba la mampara, sonaba un plin muy fuerte, y ya estaba uno dentro.
Anoche, cuando llegaba a casa, creí un momento haber hallado la solución, que sería ésta: María Elvira, en su fiebre, soñaba que estaba despierta. ¿A quién no ha sido dado soñar que está soñando? Ninguna explicación más sencilla, claro está.
Palabra del Dia
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