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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Eran familias de Bilbao que bajaban del tranvía para ir á la orilla del mar. Un grupo de obreros pasaba, camino del chacolín, por entre un bosquecillo de pinos. Cantaban á gritos, excitados por la proximidad del mar, el «Boga, boga, marinero» de Iparraguirre y el coro del bardo vascongado sonaba de tal modo en el alma de la joven, que casi la hacía llorar.

Y en tanto, en el recibimiento de la casa se agolpaba un gentío fosco, siniestro, una turba preguntona y exigente, que quería hablar con el señor, ver al señor, decir dos palabritas al señor. Sonaba a cada instante la campanilla, y entraba uno más. Eran los desfavorecidos de la fortuna, pretendientes, cesantes de distintas épocas, de la época de Pez y de la época del antecesor de Pez.

Su voz sonaba trémula y algo aflautada; una voz de ira; sus ademanes aparecían descompuestos, y lo que más asustaba al secretario, era que hablaba mucho, que había perdido su concisión característica y vacilaba envolviendo en palabras y más palabras sus tardos pensamientos. A ver, Goicochea; que lleven á casa el equipaje que está abajo.

Nada más extraño que tal figura vista a la luz de la hoguera. Yégof era, de toda la tropa que allí había, el único que se hallaba despierto; se le hubiera, en verdad, tomado por algún rey bárbaro que soñaba en medio de su horda adormecida.

Una dulce melancolía penetraba en su alma al contacto de aquellos sitios donde tan feliz había sido. Le parecía que su dicha no había muerto, que aún estaba allí guardada esperándola. Vagamente soñaba con ver surgir del parque la gran figura atlética de su marido y escuchar su risa sonora. No era posible, no, que todo aquello hubiera muerto para siempre.

827 Hizo del rancho guarida la sabandija mas sucia -el cuerpo se despeluza y hasta la razón se altera-; pasaba la noche entera chillando allí una lechuza. 828 Por mucho tiempo no pude saber lo que me pasaba; los trapitos con que andaba eran puras hojarascas; todas las noches soñaba con viejos, perros y guascas.

Cuando soñaba con huir en su compañía al fondo de un retiro dulce y ameno, siempre era bajo el supuesto de seguir confesándose con él y subir al cielo juntos. Si la carne hablaba dentro de su ser, o no la escuchaba, o fingía no escucharla, engañándose a propia. Al llegar a la mansión del sacerdote, ordenó a su doncella que la aguardase en el portal: no tardaría en bajar. Llamó toda temblorosa.

Otras veces, en cambio, dejándole hablar sin oírle y abstrayendo su espíritu, fijaba sus grandes ojos en los muros de la ciudad, cuya sombra, torreada y rojiza se contorneaba hacia la parte opuesta del valle, cual inmensa corona de hierro. Soñaba, entonces, que él era llamado a cubrirla algún día de nueva honra cristiana, hasta ser aclamado por el primero de todos en el valor y el renombre.

Da vez en cuando enmudecía el coro y sonaba majestuosa la voz de don Joaquín soltando su chorro de sabiduría. ¿Cuántas son las obras de misericordia?... Dos por siete, ¿cuántas son?... Y rara vez quedaba contento de las contestaciones. Son ustedes unos bestias.

Le dieron congojas tan fuertes, que se le acababa la respiración... Noté también que su voz parecía salir del hueco de un cántaro muy hondo, y sonaba como lejos... La cara la tenía muy arrebatada, y los ojos hundidos, pero muy brillantes.

Palabra del Dia

hociquea

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