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Actualizado: 24 de mayo de 2025


De cuando en cuando sonaba el órgano, y su voz armoniosa se levantaba hasta la alta bóveda. Yo miraba por todas partes, a pesar de que el viejo Irizar me exhortaba a que estuviera con más devoción. ¡Qué fervor el de aquellas mujeres! Arrodilladas sobre sus paños negros rezaban con toda su alma. Eran algunas viudas de capitanes y de pilotos, y, al recordar el hombre perdido en el mar, sollozaban.

También envidiaba a los pastores de Teócrito, Bion y Mosco; soñaba con la gruta fresca y sombría del Cíclope enamorado, y gozaba mucho, con cierta melancolía, trasladándose con sus ilusiones a aquella Sicilia ardiente que ella se figuraba como un nido de amores.

Nada faltaba: era la imagen completa de la nación; todo parecía haberse concentrado en esta cara monumental de la gran villa. Abajo, en la Virgen del Puerto, sonaba el redoble de unos tambores; y Maltrana veía entre los árboles cómo marchaban al compás de las cajas los soldados nuevos, cual filas de hormigas, aprendiendo a marcar el paso.

Aseguro que no soñaba yo con ver ni he visto jamás delirios más estupendos, pintados y esculpidos, ni más abominables creaciones. Y cuenta que, en medio de su extravío, no podía negarse original y distinguido talento á no pocos de aquellos artistas libres. Prescindo de la ilación y procedo á brincos y con aparente incoherencia para que esta carta sea la última, y no escribir una docena.

Yo soñaba que estaba luchando con el jabalí y decía a mi esposa que el animal tenía la cara de 70 horma y los colmillos de lesna, y esto es todo. El rey estaba satisfecho y su hija también y los dos esposos vivieron felices muchos años.

Alentada por esta declaración arrancose Fortunata a revelar que, en efecto, pensaba algo, y que algunas noches tenía sueños extravagantes. A lo mejor soñaba que iba por los portales de la calle de la Fresa y ¡plan!, se le encontraba de manos a boca. Otras veces le veía saliendo del Ministerio de Hacienda. Ninguno de estos sitios tenía significación en sus recuerdos.

Y en su respeto había algo de envidia: la envidia que surge de una conciencia insegura. Cuando don Marcelo pasaba malas noches, sufriendo pesadillas, un motivo de terror, siempre el mismo, atormentaba su imaginación. Rara vez soñaba en peligros mortales para él ó los suyos.

En esto, el ruido de voces, que sonaba en la salita próxima aumentó considerablemente, y a los oídos de Ballester llegaban estas palabras: envido a la chica, órdago a los pares. «Es mi tío José dijo Fortunata , que está jugando al mus con su amigo.

Tan trágico suceso daba á suponer que hubiesen ocurrido otros muchos idénticos; de suerte que el pensamiento no soñaba más que desventuras. Y el mar, entretanto, parecía no estar harto todavía. Todos estábamos saciados; él no. Yo veía á nuestros pilotos aventurarse detrás de una muralla que les cubría por el Suroeste, observar con inquietud, mover la cabeza.

Doña Teresa Burguillos, feliz consorte del barbero, era un poco torpe para la pronunciación de los nombres propios, y solía llamar Aldaba al amigo y comilitón de su esposo. Era Curro Aldama ó Aldaba exaltado fontanista, de crasa ignorancia, y con aquella osadía que acompaña siempre á los necios. Se la echaba de gran patriota, y no sonaba cencerro en Madrid sin que él tomara parte en la danza.

Palabra del Dia

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