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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Al amanecer se fueron todos custodiados por la tropa y con mucho sigilo. Lázaro, sin que nadie le custodiara, se fué á la calle del Humilladero. Clara, que había tenido noticia del alboroto de aquella noche, estaba en la mayor inquietud. A cada ruido que sonaba en la calle se incorporaba con grande agitación y sobresalto.
Hace siglos, la gente de empuje iba al Perú; ayer soñaba la humanidad con los tesoros de California, y allá corrían en masa los hombres de aventura; hoy empieza a mezclarse con el esplendor de los Estados Unidos la irradiación que surge de una nueva ciudad-esperanza: Buenos Aires.
Avanzaron los dos amigos hacia la popa, deteniéndose en la baranda cercana al café, sobre la cubierta de los de tercera clase. Habían levantado los marineros una parte del toldo y se veía abajo el rebullir de la emigración septentrional, gentes melenudas que a pesar del calor conservaban sus abrigos de pieles. Sonaba el gangueo de un acordeón con el apresurado ritmo de la danza rusa.
El uno, hijo de la aristocracia antigua, español y hombre de edad y de mundo, soñaba con la libertad y el progreso. El otro, hijo del Nuevo Mundo, plebeyo por su nacionalidad, como todo demócrata, educado en la vida republicana, jóven, inexperto, viajando en busca de luz, y buscando en la patria de sus abuelos la prueba práctica, pero negativa, de las verdades democráticas!
Dando a aquellas gentes la posesión del suelo, se retrasaría el momento de la suprema Justicia con que soñaba Salvatierra; pero aunque así fuese, su alma de bienhechor consolábase pensando en los alivios momentáneos de la miseria.
Nacida en Ronda, su vista se acostumbró desde la niñez a las vertiginosas depresiones del terreno; y cuando tenía pesadillas, soñaba que se caía a la profundísima hondura de aquella grieta que llaman Tajo. Los nacidos en Ronda deben de tener la cabeza muy firme y no padecer de vértigos ni cosa tal, hechos a contemplar abismos espantosos.
Soñaba con sentarse por derecho propio en los escaños rojos de la Alta Cámara, ir en coche hasta la plaza de los Ministerios, apearse lejos del zaguán para cruzar entre filas de curiosos, que murmurasen, «ese es el duque de Algalia;» entrar luego en el salón de conferencias, andar solo por los rincones como quien medita un plan, estrechar la mano a los ministros, acoger las peticiones de los pretendientes, diciendo «veremos,» o «haré lo que pueda;» y salir después de una votación exclamando: «¡Los deberes políticos!» «Mi conciencia!» «¡El partido!» «¡Las instituciones!...»
Ya soñaba que Jacinta se le presentaba a llorarle sus cuitas y a contarle las perradas de su marido, ya que las dos cuestionaban sobre cuál era más víctima; ya, en fin, que transmigraban recíprocamente, tomando Jacinta el exterior de Fortunata y Fortunata el exterior de Jacinta.
Sintiendo en su favor su suerte y hado, El Estrecho embocò con buena mano, Y en breve al mar del sur sale triunfando, La tierra firme en Chile costeando. La costa y tierra toda estremecía, Las nuevas por los aires retumbaban, La gente de los indios se temía, Que muy mal se sonaba que hablaban.
Pero el cuerpo de la señorita le buscaba, se apoyaba en él, sin que pudiera librarse de su dulce pesadumbre, por más que echaba el pecho atrás. Afuera, en el patio, sonaba la guitarra del señor Pacorro, y las cantaoras, roncas por el vino, acompañábanla con gritos y palmas.
Palabra del Dia
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