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¡Pimentó!... ¡Lladre! ¡asómat! . ¡Pimentó!... ¡Ladrón! ¡asómate! Y su propia voz le causaba extrañeza, como si fuera de otro. Era una voz trémula y aflautada por la sofocación de la cólera. Nadie contestó. La puerta seguía cerrada: cerradas las ventanas y las tres aspilleras del remate de la fachada que daban luz al piso alto, á la cambra, donde eran guardadas las cosechas.
Tomó a Marisalada por el brazo, la apartó de la ventana, y se colocó en ella a tiempo que Ramón, dándole de firme a la guitarra, entonaba, desgañitándose, esta copla: Asómate a esa ventana, Esos bellos ojos abre; Nos alumbrarás con ellos, Porque está oscura la calle. Y siguió más violento y desatinado que nunca el rasgueo.
El nombre de éste sonaba sin cesar en el silencio del crepúsculo, acompañado de toda clase de insultos. ¡Baixa, cobarde! ¡Asómat, morral! . ¡Baja, cobarde! ¡Asómate, morral! Y la barraca permanecía silenciosa y cerrada, como si la hubiesen abandonado.
Tenía que asistir a la fiesta con toda su familia: ¡un verdadero tormento! pero esperaba que Fernando ocuparía una silla cerca de ella. Y al saber que no entraba en el salón, casi lloró de contrariedad. «Al menos no te vayas lejos; asómate de vez en cuando.
Palabra del Dia
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